4. La tauromaquia y la espiritualidad de los mexicanos
En esta serie de artículos –para explicar porque animalistas y antitaurinos realizan virulentos ataques a la fiesta brava– hemos intentado ir a las raíces de los valores de la tauromaquia. Primero, el vínculo con los valores grecolatinos, después el arraigo de los toros con el catolicismo popular en España.
En América, antes de la llegada de los españoles, no había bestias de carga, ni ganadería. España, por su parte, se lanzó a la conquista de América poco tiempo después de finalizada la Reconquista y, por lo tanto, de la expulsión de los moros. Pepe Alameda, en su tratado el hilo del toreo (Espasa-Calpe, 1989), lo explica de la siguiente forma: “Se fueron los musulmanes de la Península, pero no se fue el caballo, que sería el puente vivo de unión entre España y América; el caballo no hizo el descubrimiento, pero sí la conquista. Y sobre el caballo llega a América la fiesta de los toros”.
Hernán Cortés encomendó a su primo, Juan Gutiérrez Altamirano, las tierras en el Valle de Toluca para que en 1528 formara Atenco, la primera ganadería formal. De esta forma, los toros llegaron a México con la conquista y jugaron un papel fundamental en la evangelización católica.
Capote de paseo con la imagen de la Virgen de Guadalupe
Los indígenas captaron el mensaje de Cristo y la importancia de la Eucaristía. Sus ritos incluían también un sacrificio –una inmolación por amor– y el consumo del sacrificado. No obstante, les costaba trabajo entender el misterio de la transubstanciación, es decir, la conversión de toda sustancia del pan y del vino en sustancia del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo.
Tres elementos impedían el entendimiento entre españoles e indígenas: 1) Los indígenas necesitaban ver la sangre, no sólo la sangre, en su liturgia era indispensable observar el corazón del sacrificado. 2) La ceremonia ritual prehispánica incluía el consumo de la carne de la víctima, que era a su vez fuente de proteínas. 3) A los españoles los actos antropófagos les parecían grotescos.
Como lo explica en Patricia Martínez de Vicente en 'La prolongación del sacrificio del toro en México' (en Ritos y símbolos en la tauromaquia, Ediciones Bellaterra, 2012), los frailes franciscanos tuvieron un par de ideas geniales para conciliar las diferencias. En primera instancia, promovieron la adoración del Sagrado Corazón de Jesús. Este culto le permitía al pueblo ver el corazón de la Víctima Sacrificada, comprender y creer. Pero aún les hacía falta la sangre. Y los españoles no verían a los indígenas como seres humanos mientras siguieran con prácticas caníbales. Así que los frailes introdujeron la fiesta de los toros para unir las dos culturas y gestar un inseparable mestizaje. Los mexicanos hicieron suyas las corridas de toros y ello armonizó la conquista.
Martínez de Vicente afirma: “Así, las dimensiones religiosas del toro que se habían deducido de la observación del ritual oblativo de la Tauromaquia en España, se reproduce en México y se expresan, en sustitución al sacrificio cruento humano a través de su propia religión autóctona. Estas afinidades puestas de manifiesto gracias al encuentro de españoles y aztecas nos ayudan a entender, porque la fiesta de los toros se ha enraizado tan firme y profundamente” (Una prolongación del Sacrificio del Toro de Pitt-Rivers en México. Revista de Estudios Taurinos, 2003, p. 65).
Desde entonces, la fiesta de los toros ha estado estrechamente vinculada con la cultura de muchos mexicanos. Martínez de Velasco comenta: “Cierto es que, culminada la Independencia de México en 1821, muchas cosas separarán y enfrentarán en adelante a mexicanos y españoles, pero nadie dudará que les unen dos poderosas afinidades culturales: la religiosidad y el fervor taurino” (Ibídem, p.68).
El vínculo de la espiritualidad de los mexicanos con la tauromaquia están presentes en muchas tradiciones populares. Por ejemplo, la noche que nadie duerme en Huamantla: una peregrinación de la imagen de la Virgen de la Caridad por las calles de la ciudad sobre tapetes elaborados de aserrín en la madrugada del 15 de agosto. Antes de la peregrinaje, se lleva a cabo la “corrida de las luces” en la que toreros y aficionados veneran a la Santísima Virgen.
La espiritualidad se observa, sobre todo, en el pasión con la que los toreros mexicanos expresan su sentimientos y se juegan la vida. El maestro Alejandro Silveti me explicó que un matador de toros no debería salir al ruedo sin estar en estado de gracia, es decir, estar libre de pecado mortal, pues sólo así podría estar dispuesto a arriesgar la vida.
La siguiente foto, tomada por la escritora Paloma Ramírez, ilustra muchos de los valores de la tauromaquia que se han transmitidos en México de generación en generación en los últimos casi quinientos años. Jerónimo está enfocado. Se le observa consiente de su responsabilidad. Se está encomendando, pero al mismo tiempo está ofreciendo lo más valioso que tiene: su vida.