Soy de los que piensan que brindar, dar abrazos, desear parabienes y comerse doce uvas, todo al mismo tiempo, es un verdadero acto de malabarismo digno del circo du Soleil. Detesto cenar pasada la medianoche y no creo que llevar una tanga roja o amarilla provea de viajes, dinero o amor, salvo que la portadora posea redondeces armónicas, invitantes y hospitalarias.
Lo de los buenos propósitos es otra cosa. Aunque, el conteo del tiempo es un invento humano, por lo que hacer un listado de buenas intenciones bien puede llevarse a cabo cualquier día del año. Pero, vale, es costumbre que la noche del treinta y uno de diciembre se haga una lista de acciones a emprender para superarnos en los trescientos sesenta y cinco días que conforman el nuevo año. Esa fecha es emblemática para pensar en mejorar el pasado.
Por las fiestas asistí a algunas reuniones y por mi afición, la gente con la que conviví, manifestó -con pesar en algunos casos y con gusto en otros, dependiendo el bando- , que el toreo está llegando a su fin. Si no, miren: El tiro de mulitas ha arrastrado al programa “Los Toros”, con cuarenta y nueve años de antigüedad en la cadena radiofónica de mayor audiencia en España.
Considero que sí, y que más tarde o más temprano -eso depende de nosotros los aficionados-, veremos doblar al último toro y entonces, la vida será completamente ordinaria. Pero, ¿por qué depende de nosotros? Porque dentro de nuestro bando se cuentan muchos traidores que se esmeran, tarde a tarde, por acabar con el toreo. Es que existen taurinos y antitaurinos, pero en las listas de los primeros hay gente del toro y muchos aficionados de cuarta, que promueven unos y aplauden los otros, todo tipo de monerías y se congratulan por faenas vulgares, siendo así, queriendo o sin querer, el mal que está acabando con la Fiesta.
Los artículos que escribo para De purísima y oro han sido terapéuticos y juntando letras me he ahorrado mucho parné en omeprazol y trimebutina, además, de visitas al psicólogo. Sin embargo, como uno de mis propósitos de año nuevo, es el de ser menos amargado en mi crítica al toreo mexicano, quiero empezar el ciclo siendo positivo. Por ello, formulo un solo propósito para nosotros los aficionados y que prolongará la vida del toreo. Es muy sencillo: consiste en defender al toro bravo. Sencillo, pero con muchas aristas.
Cosas como, por ejemplo, exigir la integridad de sus defensas. Que especialistas ajenos al ambiente taurino dictaminen pitones y edad. Por decir algo, una comisión de profesores de veterinaria de la UNAM. Así, novillos para los novilleros y cuatreños para los matadores de alternativa.
Otra, que ya no se recorten los pitacos de los toros para rejones. Si los caballeros no tienen la suficiente destreza, pues que no toreen. En su defecto, si van a seguir vejando a los toros privándolos de sus defensas, que los rejones de castigo se disminuyan a un tercio de lo que son en la actualidad. Es cierto, los caballos no deben ser heridos por darle gusto al ser humano. A veces pienso, que si te portaste mal en tu vida, el karma hace que reencarnes en caballo de rejoneo.
Una más, propongo que redescubramos el poder que detentamos como aficionados. Nosotros tenemos la fuerza para vetar a un torero tramposo. Dos tardes de cojines a la arena, enderezan –o retiran- al más embustero.
Si amamos el toreo, debemos entender que somos los aficionados los que debemos revolucionarlo. Ni siquiera es necesario que nos pongamos de acuerdo, según el Efecto de Tocqueville, la individualidad conduce a la unión y no son los abusos del poder los que prenden una revolución, sino el impulso de alcanzar las ilusiones. Y qué mayor ilusión, que la de tener una fiesta de toros de verdad.