No sé si ustedes se dieron cuenta, pero cargó la suerte en todos los pases que pegó a su primer toro. El maestro Zapata se desprendió de la tronera del burladero, pasó al frente del salón de clases, cogió el gis y se puso a explicar la compleja teoría de cargar la suerte. Desde los primeros lances de esta clase práctica dominical, embarcaba al toro y al poner el pie de salida adelante, lo hacía que desviara la trayectoria. Eso, se llama torear; lo otro, lo que hacen casi todos, se le nombra pegar pases. En los tendidos y en el callejón estaban sus alumnos. Lo del salón de clases y el gis son metáforas, pero lo de los estudiantes, no. Uriel Moreno El Zapata es profesor de tauromaquia y al salir a la arena de la Plaza México, se propuso brindar lecciones doctorales de toreo clásico.
Los temas que enseñó a sus alumnos, a sus colegas y a nosotros los espectadores fueron: I) Variedad con el capote, II) Creatividad en banderillas y III) Profundidad, pureza y verdad en la ejecución con la muleta.
A ver, señores, pongan atención: Lo primero que se necesita para ser torero es estar muy bien preparado y salir al ruedo con toda la decisión. Tomó el capote y lanceó con suavidad. Les recuerdo que el gran Ignacio Sánchez Mejías dejó dicho que el toreo de capote es la imaginación del torero, así que, miren así se deben dar: verónicas, revolera, chicuelinas andantes, el ojalá, caleserina y en su segundo merengue, el lance de la tacita de plata.
En banderillas el temario fue heterodoxo: Par al cuarteo, al violín y en su otro toro, ilustró el tema del tercio llevando los tres pares en la mano, primero el monumental, otro violín y el cierre de un cuarteo esencial.
La lección de muleta, El Zapata la centró con rigor académico en la teoría del maestro Domingo Ortega, que en su conferencia denominada “El arte del toreo” dictada el 29 de marzo de 1950 en el Ateneo de Madrid, expuso que las normas del toreo clásico sustentaban el ejercicio taurino en tres verbos: parar, templar y mandar; pero, que el toreo de verdad se funda en cuatro acciones: parar, templar, cargar y mandar. Y aquí está el meollo del asunto, porque afirmó algo que era obligado antes de que la lidia degenerara hasta lo que se ha convertido hoy, que el toreo sin cargar la suerte es absurdo, porque no se puede mandar. Ortega dejó en claro que cargar la suerte no es abrir el compás, cosa que alarga el muletazo, pero que no lo profundiza, sino llevar al toro en su trayectoria por donde uno quiera que vaya.
La pregunta es inminente, ¿cómo se carga la suerte? el maestro Domingo Ortega nos lo dejó explicado: “[…] el torero se enfrenta con el toro echándole el capote o la muleta adelante, para, a medida que el toro va entrando a la jurisdicción del torero, ir templándole, ir inclinándose sobre la pierna contraria, al mismo tiempo que esta avanza hacia el frente [...]” Parece sencillo, pero cuesta un mundo.
Ojalá, los alumnos y los otros toreros mexicanos y los españoles que torean en nuestra tierra, hayan comprendido y aprendido que sin el pie de salida al frente, no hay profundidad ni verdad. Cuando se echa la pierna de salida adelante, surge el toreo en su más estricta y pura autenticidad. Lo demás, cosas que afirman algunos matadores, como lo de que también se carga la suerte con las muñecas y la cintura, y lo de que el pie de salida atrás alarga el pase y eterniza el muletazo, pues verá usted, eso es puro rollo sandunguero.
Por su parte, Joaquín Vidal en un libro que recopila algunas de sus publicaciones periodísticas, llamado Crónicas taurinas, al hacer el relato de una tarde madrileña en la que José Luis Palomar cargó la suerte, cosa rara en ese tiempo -pero casi desconocida en el México actual-, escribió que hacer el toreo correctamente, los públicos ya lo ven como torear al revés: “La confusión se ha enseñoreado del público, de tal manera, que con la entrada le deberían regalar planos explicativos de lo que es el toreo al derecho y al revés.” El derecho, por supuesto, es poniendo el pie de salida adelante. El toreo al revés, o sea destorear, es poner el pie atrás.
Lo de Uriel Moreno fue una lección brillante. Cosas así tiene el toreo académico, que nos pone a citar a los grandes. Después de la faena a “Señorito” de Pozo Hondo, podemos llamar maestro a Uriel Moreno El Zapata con todos los honores. En el ámbito del toreo contemporáneo mexicano, en estricto sentido, ese título no lo ostentan más de dos.