El nombre del impulsor del guion rupturista que hizo aún más dificultosa la relación entre Claudia Rivera Vivanco, la presidenta municipal de la capital y Miguel Barbosa, el gobernador de Puebla tiene nombre y apellido: René Sánchez Galindo, secretario de Gobernación.
Es conveniente tenerlo presente para entender cómo es que se llegó al punto más alto el jueves previo, de un largo historial de desencuentros entre dos correligionarios con el escupitajo que salió desde la oficina de la presidenta municipal disfrazado de defensa del Artículo 115 constitucional y de la defensa de la autonomía municipal.
Sánchez Galindo pasó de activista por los derechos humanos a cabeza visible de un torpe triunvirato complotista integrado por Javier Palou García y Andrés García Viveros, Coordinador de la Presidencia y Coordinador de Proyectos Estratégicos, respectivamente.
Ahí se encuentra el epicentro de las decisiones más discutibles de la edil capitalina y mucha de la inoperancia municipal que todos los días se percibe más allá de los círculos de poder, hasta llegar al ciudadano promedio.
No sólo Sánchez Galindo, Palou García y García Viveros adolecen de olfato y oficio en la arena política, herramientas básicas a la hora del ejercicio de gobierno, toma de decisiones y ejecución de políticas públicas.
Desconocen además el largo historial de disputas palaciegas entre quienes han despachado en la oficina del ala norte del palacio municipal y en Casa Aguayo. Desde Manuel Bartlett, hace 27 años, hasta Rafael Moreno Valle, apenas en 2011, todos los gobernadores han terminado por zarandear políticamente a mujeres y hombres al frente del gobierno de la ciudad.
En privado como ocurrió con Blanca Alcalá Ruiz, o en público con Enrique Doger; en la arena política como sucedió con Gabriel Hinojosa; o en la humillación desde el balcón del propio palacio municipal con Eduardo Rivera, no ha habido nadie en ese periodo de la historia que haya librado la andanada del gobernador en turno.
La cohabitación entre dos entes de poder exige un grado de agudeza, astucia y sensibilidad. Ninguna de esas prendas políticas visten a los personajes que terminaron por colocar a Rivera Vivanco al borde del precipicio y el ridículo.
Por lo pronto este sábado ya no tuvo lugar la presidenta municipal en la ceremonia de conmemoración del natalicio de Benito Juárez en el parque que su gobierno administra. Es ejemplo inequívoco de que en política la forma es fondo, aunque los tres chiflados no lo entenderán nunca.
Así que el tiempo del que dispondrán en sus encargos no será suficiente para resarcir las heridas políticas y el escarnio provocadas a la mujer que los llevó a donde están colocados.
Y de ningún modo el lapso efímero será suficiente, ni las relaciones que tienen con los enemigos de Barbosa en Palacio Nacional como Julio Scherer, César Yáñez o Alfonso Durazo para colocar a Claudia Rivera en el sitio hacía donde la empujan de manera inexorable.
Un poco de conocimiento de la historia reciente no les vendría mal a estos héroes inmerecidos de la Cuarta Transformación. Entenderán que el sueño de la reelección está hecho de opio. Y nada más.