Una corrida de toros es el enfrentamiento a muerte entre un toro bravo y un ser humano. El toro, un animal fiero, indócil, con una energía al embestir que supera los cuatro mil kilos de fuerza, es dejado en libertad en el ruedo para que tenga espacio y alcance la mayor movilidad posible. El hombre combate al toro de frente, poniendo su vida en peligro y dándole las ventajas al toro.
Algunos de estos enfrentamientos provocan en el espectador sensaciones de angustia, emoción y miedo. Cuando el torero expone su vida ante un peligro evidente, el aficionado siente una especie de asfixia. Son faenas que nos dejan marcados y, a veces sin saber por qué, nos hacen regresar a las plazas.
Piensen, por ejemplo, en la faena de César Rincón a Bastonito de Baltasar Ibán en Madrid el 7 de junio 1994. Un toro que acudía con mucha codicia a los engaños y embestía con fiereza. César le planteó cara con determinación. El público percibía el peligro. Como se esperaba, ocurrió la voltereta. El colombiano se levantó y remató la faena con técnica, emoción y valor. Tras la estocada, Rincón fue prendido aparatosamente y estuvo a merced del toro. El público, emocionado, pidió la oreja y aplaudió a rabiar a César mientras daba la vuelta al ruedo maltrecho y con visibles heridas en la mano derecha.
Aristóteles, en su obra Poética, fue el primero que explicó las sensaciones ante este tipo de dramas que suscitan en el ánimo del espectador piedad y terror. El filósofo ponía el acento en el proceso de purificación que llamó catarsis, a través del cual el aficionado libera pasiones que por sí solas no producirían ningún placer.
Pseudo-Longino, un pensador griego del siglo I, se refirió a este tipo de entusiasmo que provocan algunas creaciones artísticas como “lo sublime”. Pero fue el filósofo irlandés Edmund Burke quien profundizó en el tema.
Para entender el concepto, imaginen a José Tomás con la cara ensangrentada la tarde del 5 de junio del 2008 que salió a hombros de la plaza de las Ventas, o a Roca Rey cuando debutó en Guadalajara en el 2015 siendo casi un niño. Un toro de la Estancia le dio una fuerte voltereta y, después, le pegó un derrote en la boca y le tiró dos dientes. Con el terno hecho girones y claramente golpeado, el peruano se quedó en el ruedo para dominar a su adversario y cortarle una oreja.
Para Edmund Burke la idea de dolor y de peligro es fuente de lo sublime, es decir, “produce la emoción más fuerte que el alma es capaz de experimentar”. Lo sublime se da cuando se liberan pasiones como el terror o se evocan sensaciones similares a la privación como pueden ser el vacío, la soledad o el silencio. Lo sublime desemboca en lo infinito: la aspiración a algo cada vez mayor.
Para explicar las causas de estas sensaciones, Burke se pregunta ¿cómo puede ser agradable el terror? Y él mismo responde: cuando no nos toca demasiado cerca. Lo vinculado a lo sublime es un horror que sabemos que no puede hacernos daño y afirma que en esto consiste la profunda relación entre lo bello y lo sublime. Umberto Eco en su tratado Historia de la belleza lo define como “la estética de lo sublime”.