En una entrevista para televisión que hizo Jesús Quintero a Joaquín Sabina, el cantautor y poeta declaró al periodista: “…los toros… ¿hay que prohibirlos? Supongo que sí, sobre todo, tan fraudulentos como lo son. Mientras, yo trataré de ir todas las tardes, qué le vamos a hacer. Yo soy incapaz de defender los toros porque son indefendibles. Lo que pasa, es que me gustan mucho”.
En eso pienso ahora y me pregunto ¿cómo defender un rito de sangre en pleno siglo veintiuno? cómo justificar el sacrificio de un animal, si lo que debe imperar en nuestra actualidad es el respeto a la vida. Para defenderlos no tenemos muchos argumentos. Se puede hablar de la gran tradición artística que los toros han generado en todas las disciplinas. Lo de siempre, que los toros inspiraron a Bizet para que compusiera la ópera “Carmen”, y a Ramón Gómez de la Serna, para que escribiera su novela enorme “El torero Caracho”, y a Salvador Dalí para que pintara “El torero alucinógeno”. Sin embargo, después de la experiencia estética, en el fondo, no queda más que eso, que, bueno sí, es una actividad cruel y totalmente fuera de época.
Las palabras de Sabina, al igual que sus canciones, me dan para un rato largo. Prohibirlos, sí, por la crueldad y por fraudulentos. Es que frente a un antitaurino ¿cómo puede un defensor de la tauromaquia sostener sus argumentos si conoce lo que pasa tras el telón? Si en la conciencia siente el remordimiento como si hubiera sido él quien pidió el novillo adelantado que se juega como toro y el que empuño el serrucho para darle aire a los pitones. Como si él hubiera seleccionado en el tentadero lo más facilote, restando a los toros la casta que les permitía pelear furiosos hasta el último aliento y que ha sido minada nacencia tras nacencia, hasta convertirlo en animalito dócil al que se le mata arteramente en público.
Sí, pero, por otra parte, los toros son indefendibles porque sus peores males le vienen de adentro. Son los taurinos los que están vaciando las plazas, porque hacen trampas al toro y se hacen trampa entre ellos. Se meten el pie y se empujan al pozo. Pero así funciona el asunto y dicen que así ha funcionado siempre.
¿Prohibir los toros?, yo creo que, por lo menos, hay que cambiar el modo de lidiarlos suprimiendo en lo posible el aspecto sangriento y en su totalidad el fraude. Más vale tarde que nunca. Que uno pueda hablar del torero como de un héroe, de la corrida como de una gesta y del taurino como una persona honorable, por ahí está la salvación. Sea como vaya a ser, queda poco tiempo y yo también, como el gran Sabina, trataré de ir todas las tardes.