Creo que ya llegaron los tiempos que pensé, no me tocarían a mí. Siempre imaginé que cuando vinieran las prohibiciones a la tauromaquia, esta sobreviviría en corto y de modo clandestino, es decir, en las ganaderías y con muy pocos invitados. La que hoy vivimos, todavía no es la prohibición soñada por los antitaurinos, sino la pandémica. En México no hay corridas abiertas al público, pero si se lidian y matan toros a puerta cerrada en ciertos cosos y en las plazas de tientas de algunas ganaderías. La entrada, por supuesto, es rigurosa y los elegidos, muy contados.
Algo que no ayuda a la salvación del toreo es que en esas lidias los toros van despuntados; eso se vale porque los alternantes no salen vestidos de luces y el evento se desarrolla con el protocolo de tienta. Es decir, que lo que era una práctica ilegal, ahora, se ha vuelto nomotética, está permitida y la aceptamos. Como siempre, los que pagan los platos rotos son los toros.
El protagonista principal seguirá saltando al ruedo mermado de su poderío y el enfrentamiento será cada vez más desleal. De esta forma, se vislumbra que la corrida de la “nueva normalidad” fomentará la barbarie y el deshonor. La emoción del peligro casi se ha extinguido y en contraparte, la diversión gana terreno a pasos de gigante. Con ello quiero expresar que ahora sí, las corridas serán muy divertidas y a volar toda su solemnidad. En el futuro próximo, a la fiesta de toros se le deberá llamar fiesta de toreros, en la que los cada vez menos espectadores disfrutarán gustosos de los desplantes aflamencados del que torea, de las series muy estéticas y poco éticas conformadas por diez, quince, o veinte pases, dados a bovinos cada tarde más tontos a los que, estúpidamente, ya se les llama toros artistas. Ironía, dentro de la acelerada decadencia de la tauromaquia, encontramos el esplendor del toreo “bonito” bordado al toro noblote y vulgar.
O sea que la abstinencia no nos ha servido de nada, los taurinos seguimos en Babia, sin darnos cuenta que el respeto a la integridad del toro, es la salvación del toreo.
Veo las fotografías que suben a la red los portales taurinos en España y me doy cuenta que la “nueva normalidad” trae consigo todo a la mitad, mitad del aforo en los tendidos, mitad de emoción, mitad de honradez, mitad de la seriedad que debe tener una corrida, mitad de toro y por lo tanto, mitad de gesta.
Asimismo, en todo el mundo taurino, declaran los empresarios que en cuanto puedan van a dar corridas respetando las normas vigentes, quizá, pero estoy dispuesto a apostar mi resto, a lo que ellos se refieren es a que observaran las normas de sana distancia, pero nunca las que tengan que ver con el respeto al toro.
Los taurinos andan muy apurados defendiendo la entrada de los niños a los toros, cuando lo que deberían defender es la integridad del toro: pitones, edad y trapío. Hay plazas en las que en beneficio de su formación taurina, está muy bien que les prohíban la entrada a los niños.
En la encarnizada guerra que peleó Alfonso Navalón contra Manuel Benítez El Cordobés hubo varios momentos muy ásperos. Uno de ellos fue cuando el torero mandó poner una placa con el nombre del periodista a la cabeza disecada de un toro. En correspondencia, Navalón le escribió una carta abierta que se publicó en un diario de Navarra, el documento se tituló: “A propósito de una cabeza disecada…tengo un perro que se llama El Cordobés”. Lo traigo a colación por dos cosas, la primera, porque ese texto merece un artículo especial y lo escribiré algún día. La segunda, es la parte final del séptimo párrafo, en la que el escritor dice al diestro de Palma del Río por que no se contrataba en la Feria de San Fermín: “Aquí está el toro y tú no puedes venir porque el toro te viene ancho. Yo sí. Aquí está el toro y la gente respeta a quien lo defiende, Por eso tengo tantos amigos en Pamplona”. En nuestros tiempos tan ordinarios, a muchos que se dicen profesionales, el merengue integro les viene ancho.
No sé ustedes, yo seguiré fiel al verdadero toro, al encastado y completo, que vende cara su vida. Torear con todas las de la ley es un acto de grandeza, hacerlo con ventajas, lo es de mezquindad y ya no quiero perder mi tiempo testificándolo. Busco toros de verdad y héroes que puedan con ellos. Eso significa que iré poco a la plaza.