Díganme ustedes si el paisaje taurino no está quedando como Pedro Páramo, aludo al juego fonológico que titula la gran novela de Juan Rulfo: piedra y terreno yermo. Sebastián Castella anunció su despedida y eso no significa sólo el adiós de un torero que ha decidido cambiar de aires. Se marcha una figura y la cuestión es que no hay quien llene el espacio vacío. Me refiero al sitio que, para los espectadores que se sienten convocados por los fulgurantes nombres de las figuras, ha quedado vacante y sin posibilidad de reemplazo. El terreno arruinado se empobrece aún más.
Al comienzo del confinamiento, cuando se suspendieron las corridas, pensé que este sería un tiempo para reflexionar y que todos los que amamos la fiesta de toros haríamos algo por salvarla. Sin embargo, muchos toreros, ganaderos, apoderados, empresarios, periodistas y aficionados, no sólo la están dejando morir sola, sino que además le atizan cates muy duros. La tauromaquia contemporánea se parece a una playa en la que los sobrevivientes, al grito de levanten lo que puedan, recogen los restos de un naufragio.
Son muchas las cosas en contra del toreo. En los tiempos pandémicos, devolver la dignidad al toro es una cuestión que interesa a muy pocos. Respetar al toro significa devolver la emoción y la grandeza al toreo. Si eso acontece, la gente volverá a los tendidos. Pero la consigna es contraria.
Observo en videos o en las corridas transmitidas por Internet, que en España los matadores que actúan se lo toman con frivolidad. Al caso viene la corrida de Úbeda en la que El Juli y Alvaro Lorenzo mataron un encierro de muy nobles toros de Garcigrande, justitos de fuerza, animales descastados y para los que la fiereza era algo totalmente desconocido. Un catálogo de toros de muy baja acometividad, sin nervio y sin posibilidad de dar una sorpresa que pusiera a prueba la capacidad lidiadora de su matador. Hubo pases bonitos, pero no vibrantes, muletazos que en cuanto a emoción no decían nada. Estas son las faenas que nos quedan, uniformes, de muchos pases, pero sin fondo, porque hemos olvidado que el arte de la tauromaquia se justifica sólo cuando un hombre se vence a sí mismo y lo hace frente a un toro intacto, encastado y con edad.
En México, país del “sí, pero no”, díganme ¿a qué torero seguirían ustedes con verdadero arrebato?. A nadie, no lo hay y lo peor, es que como dijo don Teofilito -me salen ronchas al escribir la palabra-, ni lo habrá. Hace tiempo que se acabaron los Panas y los Valentes Arellanos, es decir, personalidades acusadas que desde novilleros llenaban las plazas.
Por otra parte, lo de cargar la suerte abulta la lista de lo condenado a desaparecer. Al adelantar la pierna que está del lado por el que la cornamenta va a salir del embroque, el diestro manda realmente. Además, asume el riesgo y por lo tanto, ofrece un enfrentamiento leal a su oponente. Cargar la suerte es una regla imprescindible del toreo, eso es torear y lo demás, pegar pases. Si no se hace, a lo de parar, templar, cargar y mandar, se están quitando las dos últimas partes. En nuestra actualidad, contra los buenos aficionados que exigen se cargue la suerte, la represión es sistemática y los espadas esgrimen el argumento de que con la pierna de salida atrás se alarga el pase y crece en belleza, olvidando así la verdad del toreo.
La partida de Castella suma un hueco más y conste que no soy castellista, pero ¿qué torero joven se puede colocar en perspectiva? creo que ninguno. De igual forma, a las demás estrellas de su generación, a unos más a otros menos, les queda poco tiempo. A veces me pregunto si la gente del toro sabe lo que estamos perdiendo por ir cada quien a lo suyo, la respuesta contundente es que no. La miopía y la estulticia juntas son fatales.