Ante la delicada situación que vive la fiesta brava por la pandemia y el pesimismo que se percibe en algunos círculos taurinos, aficionado y profesionales piden soluciones.
Miguel de Cervantes decía que los varones prudentes, por las cosas pasadas y por las presentes, juzgan las que están por venir.
Así que examinando cómo se ha recuperado la tauromaquia de crisis anteriores, podemos encontrar algunas alternativas.
Hace cien años, en Talavera de la Reina, murió Joselito “el Rey de los Toreros”. La consternación del mundo puede resumirse en el mensaje que Guerrita le envió al hermano de Joselito: “Impresionadísimo y con verdadero sentimiento te envío mi más sentido pésame. ¡Se acabaron los toros!”. Belmonte, también impactado, se alejó de los ruedos.
Los públicos, en cambio, lejos de sensibilizarse por la muerte de Gallito, exigían a los nuevos espadas que estuvieran a la altura de los maestros de la Edad de Oro.
Joselito y Belmonte habían revolucionado el toreo pisando terrenos inverosímiles; Gallito tenía un conocimiento y poderío inigualable y Juan se colocaba más cerca que nadie antes. Sin ellos dos –y sin Gaona, que se había regresado a México–, no había corridas en España que interesaran.
Para atraer a los públicos, los empresarios hicieron que creciera el tamaño y el peligro de los toros. Pepe Alameda se refirió a este fenómeno como la teoría del subibaja, es decir, baja el interés por los toreros y sube el toro.
Al respecto, Corrochano dijo: “Muere Gallito y se retira Belmonte; el torero pierde interés, sube el toro. (Cuando desaparecen los toreros de época, el público decae, hay una pausa en la Fiesta, que se salva con el toro, hasta que se rehace la afición, como se rehacen las viudas.)”
José María de Cosío lo describió de la siguiente forma: “Las empresas disponían de un número más que suficiente de matadores para hacer sus carteles, sin necesidad de atender a imposiciones ni conveniencias de ninguno, y así, cumpliéndose la ley que considero inmutable, la importancia del toro sube en tanto la influencia del diestro disminuye” (Los Toros. Tomo IV, p.978).
En México, ante la retirada de figuras de época como Manolo Martínez, Eloy Cavazos y Curro Rivera, lejos de la teoría del subibaja, se fue imponiendo lo que Horacio Reiba ha llamado “el post toro de lidia mexicano”: un animal desbravado que, incluso antes de la crisis actual, había alejado al público de las plazas. No sólo eso, las empresas configuraban carteles en donde se privilegiaba a los toreros españoles, siendo que la mayoría de ellos no interesan al sensible público mexicano. Hasta en las plazas de tercera y en las regiones más recónditas de nuestros país, veíamos ternas con peninsulares, negándole oportunidad a los jóvenes mexicanos.
La buena noticia es que en el campo bravo sigue habiendo toros. Recientemente, visitado algunas ganaderías, hemos comprobado que aún hay toros con casta, genio y movilidad.
Cuando la pandemia lo permita, quizá los empresarios mexicanos pudieran repasar la historia y volver a la teoría del subibaja.
Regresar a la emoción de la bravura, a la percepción del peligro por el trapío y al riesgo de la movilidad de los toros con casta y en puntas.
La historia nos enseña que la mejor forma de proteger la fiesta es darle dignidad y eso se logra con toros bravos y en puntas.