El consumo, hasta hace no poco, se podía definir por bienes y servicios y la necesidad de poseerlos. Comprar por comprar, tener por tener. No obstante, para los ofertantes, el negocio dista de ser lo redondo que se puede. Claro, buenos márgenes y volúmenes, pero al finalizar la transacción termina la relación con el cliente.

El movimiento de bienes físicos a digitales, así como su acompañamiento en plataformas de servicio, también digitales, ha permitido transitar en el espectro consumista de poseer a disfrutar.

¿Visualiza suelo a techo de películas en formato DVD o álbumes musicales en CD? Pareciera completamente arcaico ante el manantial inagotable de contenido que puede ser Spotify, Netflix o la suscripción multimedia de su preferencia. Sí, se sacrifica poseer, pero la conveniencia permite disfrutar.

Los avances tecnológicos, particularmente la democratización del internet vía celulares inteligentes, ha permitido desarrollar modelos de negocio inimaginables hasta hace poco. Industrias como el entretenimiento tomaron delantera por la naturaleza digital del multimedia, pero hoy en día existe el Netflix, es decir, un modelo de suscripción, para cualquier cosa.

Walmart, por ejemplo, tiene un modelo mensual con tarifa plana para el envío de todas sus compras, mientras que Amazon tiene un ejercicio parecido que permite leer ilimitadamente todo el contenido que nuestros ojos puedan procesar.

Existen, también, miles de pequeñas empresas que buscan su espacio con las suscripciones más variopintas. Muebles, ropa, acceso a gimnasios, revistas, periódicos, etc. Todos buscan tener una base fiel de consumidores que dejen el servicio facturando cada periodo.

Sin embargo, ¿qué pasa cuando se enciman suscripciones sobre modelos existentes? Tomemos el ejemplo de la mayor industria de autos eléctricos por capitalización, Tesla.

Usted habrá escuchado de sus autos o al menos de sus capacidades: eléctricos, se manejan solos, y están conectados a todo, todo el tiempo. O al menos uno pensaría que ello obtendría al pagar los casi 800 mil pesos de su auto de batalla, pero nada más alejado.

De inicio, si no revisó bien, su automóvil puede no venir con la computadora con capacidades para manejarse solo, afortunadamente esto solo lo pondrá mil dólares abajo en su estado de cuenta. Eso sí, tener la computadora no sirve de nada, necesita su suscripción mensual de 100 o 200 dólares, de acuerdo a su vehículo, para evitar el engorro de manejar.

En este punto podrá imaginarse largos ratos de ocio en su auto mientras se maneja solo, momento ideal para aprovechar su enorme pantalla y entonarse en el karaoke incluido, ver videos en streaming o quizá solo hojear el mapa del tráfico en tiempo real. Perfecto, nueve dólares y sus noventa y nueve centavos al mes, más tax dirían del otro lado, para disfrutarlos. Por supuesto cada una de ellas está ligada a la suscripción en otra plataforma.

Nimiedades, puede decir, solo quiere manejarlo. Extraordinario, hasta que sufre una avería. Tesla no tiene distribuidores, licenciatarios ni ningún taller autorizado para realizar mantenimientos o ajustes, todo con ellos es, efectivamente, una suscripción de por vida.

Este modelo de negocio está siendo replicado por todas las empresas de autos eléctricos de relevancia, como Lucid y Riven, para poner fin al negocio de concesionarios de automóviles que domina al mundo.

¿Que usted tiene un compa que es una pistola para el taller? Grábele el rostro en cuanto abra el capó de su automóvil. Sin pistones, palancas, levas y poleas, los autos del mañana pertenecen al mundo de la electrónica, no de la mecánica, con una única simbiosis entre motor, batería y sus controladores.

Puebla tiene la imperiosa necesidad de transformar ya sus planes de estudio electromecánicos y enfocar a una generación de poblanos y poblanas a comerse el mundo del vehículo eléctrico antes de que nos coman a nosotros. El futuro pocas veces avisa, acá les echamos la mano.