Aunque en este espacio buscamos empatar las coyunturas de agricultura, ganadería, medio ambiente y desarrollo rural con las políticas públicas, a momentos es importante rebalancear la ecuación para observar las cosas con la lente de la política. 

En el marco de los 100 días del cuarto año de gobierno, marca arbitraria que AMLO gusta de resaltar, se destacaron dos elementos fundamentales: la autosuficiencia energética y la autosuficiencia alimentaria. La primera se encuentra en el centro de la vorágine política y comercial del país, y la región norteamérica, mientras que la segunda ha pasado desapercibida ante un achaque mundial a una inevitable problemática global, con muy sensibles impactos en el bolsillo local gracias a la inflación.

La crisis de alimentos ha sido asumida a nivel mundo como un inevitable resultado desencadenado por el conflicto entre Rusia y Ucrania, arrastrando a Bielorrusia, tanto por sus participaciones globales en el mercado de granos y aceites como por sus contribuciones en el mercado de los fertilizantes; quedando en cada nación implementar las acciones apropiadas para paliar sus necesidades.

México va tirado por dos caballos que observan dos horizontes distintos y que, por lo tanto, tienen dos concepciones diferentes de lo que debe hacerse en el campo.

Por un lado, tenemos al titular de la federal secretaría de desarrollo rural, Villalobos Arámbula, quien ha sostenido reuniones y cabildeos con la Asociación Nacional de Comercializadores y Productores de Fertilizantes para garantizar la oferta y el acceso de insumos para los agricultores.

Del otro, tenemos al subsecretario de autosuficiencia alimentaria, Suárez Carrera, dependiente de Villalobos, pero con un proyecto totalmente distinto para el campo mexicano basado en una transición agroecológica que aproveche una diversidad de cultivos para reducir al mínimo la necesidad de agroquímicos gracias a las interacciones entre lo plantado y los organismos que atrae.

Un lado de la ecuación tira hacia un futuro de pequeñas superficies y amplia relación con quien trabaja la tierra, aunque de rendimientos poco extraordinarios. Otro, jala hacia el uso intensivo de capitales para, en pocos individuos, tecnificar el campo y lograr fenomenales utilidades gracias al preciso aprovechamiento de lo disponible.

La Secretaría de Hacienda y Crédito Público presentó a inicios de mes sus prospectivas en miras al presupuesto 2023, aquello que formará los pre-criterios para el presupuesto del siguiente año. 

Destaca, para nuestros propósitos, que el gasto para fertilizantes se duplicará, pasando de 2.7 mil millones de pesos a 5.2, cifra que apenas servirá para ajustar la crecida inflacionaria y la pérdida del valor de la moneda nacional, pero siendo reflejo de la política que el Ejecutivo realmente aprueba, más allá de los bucólicos discursos. El cuarto año de esta administración será, por mucho, el más complicado para rendir resultados a nivel agropecuario y mantener la paz social con alimentos asequibles; el 2022 es una moneda en el aire y cruza por mantener al país alimentado.