Como humanos nos hemos establecido alrededor de fuentes de agua y vida, logrado, con ingenio, transportarla y acumularla donde la necesitamos, ya para la vida cotidiana, industrial o agropecuaria. México ha seguido esta básica regla civilizatoria, aprovechando deshielos de montañas, escurrimientos de laderas, cuerpos de agua y las lluvias propias de nuestras latitudes.
Sin embargo, las crisis hídricas se ciernen peligrosamente sobre nuestros asentamientos. Una tríada de ciudades nos sirve de muestra, Ciudad de México, Monterrey y Puebla, aunque casi la mitad del territorio nacional sufre este año de sequías entre moderadas y excepcionales.
Nuestra capital nacional es incongruencia completa, pasando de ser una ciudad construida sobre lagos a una bomba de tiempo que podría quedarse sin agua en 35 años. Pérdidas de hasta la mitad por mala infraestructura de conducción se suman al hundimiento de la ciudad por mantos sobreexplotados –tan solo el zócalo se encuentra 8 metros por debajo de donde estaba hace un siglo–. Este hundimiento ha privado a la Ciudad de México de altura para mover cosas por gravedad, situación que explica el estancamiento de aguas negras de millones y el gasto para traer agua cuesta arriba desde estados vecinos, con un consumo energético por hora de bombeo equivalente al de toda la ciudad de Puebla.
La zona metropolitana de Monterrey sufre algo parecido, aunque su aprovisionamiento es diferente. Sus dos fuentes principales de agua, las presas de Cerro Prieto y La Boca, se encuentran a semanas de agotarse totalmente, arrastrando una importante crisis desde 2015, por falta de lluvias. Sus planes para paliar la situación cruzan por invertir dos mil millones de pesos para terminar la presa Libertad, y buscar convencer ($) a los estados de Tamaulipas, Veracruz y San Luis Potosí para desviar parte del Río Pánuco con el controversial proyecto Monterrey VI.
Puebla canta las rancheras igual de mal, con culpas repartidas entre permisos industriales en zonas no apropiadas y un pésimo servicio de la empresa privada Agua de Puebla para Todos. Esta empresa, que tiene en concesión la zona metropolitana (10 municipios) hasta 2044, ha recibido del gobernador Barbosa amenaza de litigio para recuperar lo que, a su consideración, es constitucionalmente atribución municipal. Desde hace más de un mes, más de 12 colonias, o 75 mil poblanos, sufren de falta de servicio, afectando zonas populares como San Ramón, Bosques de San Sebastián, o Rivera Anaya.
Esta crisis hídrica se amplifica con las muchas otras dificultades de nuestros tiempos como el cambio climático, la destrucción de los ecosistemas, y la nula valorización de los recursos naturales, entonces ¿qué solución nos queda? Ideas como un impuesto hídrico pudieran considerarse, recordemos que una sola almendra requiere 50 litros de agua para crecer, mientras que una hamburguesa demandó mil 600 litros en su producción, pero la medida se antoja tan impracticable como impopular.
Nos quedan las plantas desalinizadoras aprovechando que 97 por ciento del agua está en los mares, aunque generan 76 millones de toneladas de dióxido de carbono anualmente, por la energía necesaria para los procesos de ósmosis inversa para separar la sales, y producen dos litros de salmuera por cada litro de agua potable, creando crisis medioambientales donde las tiran. La humanidad ha establecido más de 16 mil plantas procesadoras de agua salada, y la única razón por la que no hay más es porque es muy caro operarlas. El futuro queda entonces en obtener energía de manera sostenible y de fuentes renovables, eólica y solar.
Vivimos en tiempos turbulentos por el cambio de época industrial, toda incertidumbre del futuro trae caos y miedo, aprovechemos inteligentemente estos tiempos para ir afianzando lo que puede ser un apacible futuro de inmensa abundancia. Dejemos de matarnos por el 0.3 por ciento de agua dulce disponible y usemos nuestro ingenio para aprovechar lo que cubre el 71 por ciento de todo este bendito planeta.