En un país donde la principal crisis hídrica se da en una ciudad construida sobre un lago, no sorprende que en Puebla la crisis se cebe en el lugar de los nueve ojos de agua. Chignahuapan carga el deshonroso distingo de ser el primer municipio –en tres años– declarado con sequía extrema. Otros 4 padecen de sequía severa, 73 moderada y 129 de sequías anormales. Le ahorro la aritmética, 207 de los 217 municipios poblanos se enfrentan a una terrible crisis.
La razón más importante para explicar esta sequía es el fenómeno de La Niña. El agua del Océano Pacífico se enfría anormalmente, lo que en unos lados incrementa la humedad y en otras la desploma. México está en la franja del globo que se seca cuando se produce La Niña. El problema se agrava cuando sabemos que vamos por el tercer año consecutivo donde se presenta el fenómeno. No se vaya a poner misógino; cuando tenemos el fenómeno contrario –El Niño– la cosa sigue igual de mal, pero aderezado con inundaciones y lluvias torrenciales.
En estos momentos de crisis hídricas ya no sacrificamos prisioneros a Tláloc, aunque seguimos dando soluciones igual de irracionales.
Por ejemplo, de marzo a abril veremos a la omnipresente SEDENA realizando importantes bombardeos. No a narcolaboratorios clandestinos o reductos del crimen organizado, pero a las nubes para estimular la lluvia. Estas prácticas las hemos visto constantes en el norte, con la novedad de que ahora se realizarán en el centro del país para rellenar el sistema del Cutzamala. Mejor que se pongan a echar cuetes; sin humedad en el aire –por La Niña– tendremos los mismos resultados.
En tiempos de dificultades apuntar culpables es la práctica más común, nada como crear enemigos. Habrá escuchado señalamientos –con su buena carga de culpa– a las empresas cerveceras, la inmobiliarias y hasta los parques acuáticos, pero a todos les tiemblan las patitas para indicar a los verdaderos culpables del despilfarro hídrico nacional: agricultura y ganadería. Quince veces todo lo de la industria nacional y cinco veces todo el uso de las ciudades; los números no mienten.
Es una inmoralidad apuntar a los productores agropecuarios como los causantes del problema –no me malinterprete– ha sido un sistema político y económico quienes los han empujado a usar las técnicas más ineficientes. Por siglos vimos al agua como el recurso más barato del campo, por ello no ha habido incentivos para eficientar su uso.
71 de cada 100 litros de nuestro sistema hídrico van al campo, y la enorme mayoría se desperdicia al regar, bombear y transportar el precioso recurso del agua. Continuamente lo he mencionado desde este espacio y en posiciones del servicio público, la única inversión que servirá para aliviar la crisis hídrica en este país es levantar la eficacia del riego. Es la única bala que nos queda en nuestro revolver de soluciones –lo demás son machetes y cuetes– y le prometo que sería como magia; pero para hacer un proyecto así de ambicioso hay que saberle, fajarse e invertirle, como pedirles peras a los olmos de nuestros funcionarios.