El recién pasado marzo, coronando el ocho del mes con el internacional día de la mujer, sirve como conmemoración y recordatorio de las luchas feministas por la igualdad. Calles de Puebla, México y el mundo se pintan de morado con el color estandarte de la lucha por la paridad. Tanto por las vestimentas de los manifestantes como por la naturaleza; hablamos por supuesto de la floración de las jacarandas.

Sin embargo, el jacarandoso espectáculo lila es un cruel crisol de los tiempos que vivimos.

Las jacarandas no son nativas de México, las vería más bien en Brasil o Argentina.

Ellas fueron traídas a nuestro país en los treintas del siglo pasado por un fantástico personaje, el señor Tatsugoro Matsumoto, quien fuera jardinero real del emperador japonés y encargado de revitalizar Chapultepec. Su nieta, Marie Furukaki, regenta todavía en la Ciudad de México la florería más antigua de nuestro país.

La motivación para traer dichos árboles era clara. A Estados Unidos se le habían donado cientos de cerezos japoneses, que al echar flor generaban un bellísimo espectáculo rosado en Washington. Lamentablemente para lograr este espectáculo los árboles necesitan un agresivo período de frío seguido de uno de calor, condiciones que simplemente no habría en el centro de México.

Afortunadamente Matsumoto había pasado un tiempo en el Perú, donde conoció las robustas jacarandas. Desafortunadamente las jacarandas nos muestran un lado oscuro de la globalización.

Al no ser nativas de México casi ningún animal –ave, insecto o lo que guste– se relaciona con las jacarandas. No verá laboriosas abejas, raudos colibríes o enérgicos escarabajos alimentándose de sus néctares.

Peor aún, las jacarandas –que viven cerca de la dignísima edad de 100 años– son un recordatorio vivo de la crisis más aguda de nuestros tiempos: el cambio climático.

Las jacarandas debiesen florecer con los suaves y cálidos días de la primavera, pero como bien habrá sentido los climas van perdiendo su estabilidad. Las épocas calurosas se van adelantando cada año y con ello los sutiles indicadores de la naturaleza que le señalan a las jacarandas y otras plantas comenzar su show floral. Y esto –aunque bello– es en detrimento para la flora y fauna.

Explotar la belleza de pétalos y pistilos es un esfuerzo monumental, por lo que los árboles diligentemente reúnen energía en forma de azúcares para este proceso durante todo un año. No obstante, el adelanto de estos períodos de floración puede drenar a la planta de energía y dejarla vulnerable a los ataques de plagas y enfermedades. Esto puede agravarse si la floración se da tan anticipada que encuentre al árbol sin hojas –recuerde que venimos del invierno– y lo deje sin herramientas para producir su sustento.

Árboles adelantados, fuera de temporada y sin nicho en el ecosistema son mejor que nada (una jacaranda madura mitiga las emisiones de unos 150 coches y es un dulce visual cuadras a la redonda) pero es importante entender lo intrincado del mundo que nos rodea. Mejor otorgarnos igualdad de condiciones sin reparo de lo que tengamos entre los pantalones, está más sencillo.