Los días anteriores le presentaron a los poblanos una faceta de la vida nacional que nos es desconocida: el calor. Sureste, penínsulas, Bajío, costas del Pacífico y Atlántico, y el norte. Todo el país es un bendito horno, con la excepción del templado centro donde nos encontramos. O al menos lo que nos duró el gusto.

El calor que dicta las normas de vida en todo el país, gracias al cambio climático están llegando a Puebla para trastocar nuestros aspectos más cotidianos. Desde cómo nos vestimos, transportamos y –de lo más importante– cómo nos alimentamos.

Cualquiera que haya ido al norte del país y vivido un rato habrá notado la ausencia de mercados. Las condiciones extremas de clima, generan condiciones insostenibles para productos y consumidores en el esquema que nos es familiar.

La vista cotidiana de pollos desplumados y trozos de carne expuestos al aire libre en una carnicería de mercado, en un calor como el de Monterrey, son una bomba de tiempo para que se pudra en cuestión de horas.

Frutas y verduras no cruzan mejores suertes, puesto que su maduración se acelera velozmente, reduciendo vida de estante tanto para el que vende como el que compra. Aquellos frutos no-climatéricos (aquellos que dejan de madurar una vez arrancados del árbol) viven cuestión de horas ante la inclemencia de los calores.

En Puebla los actores del ecosistema de los mercados comienzan a sentirlo, pues pérdidas y mermas llegan de todos lados.

Las amas de casa compran menos y de menos cosas, siempre buscando hacer rendir la economía de la quincena. Algunas cosas simplemente ya ni las compran. Frutos tropicales como plátano o melón duran menos que propósito de año nuevo.

Vendedores y locatarios compran menos y de peor calidad. No pueden darse el lujo de no tener producto, pero menos de dejar que se les eche a perder. Así que terminan comprando cosas menos maduras –para que les dure lo máximo posible– pese a los negativos de no estar en su punto.

La solución para esto tiene un nombre y precio. Refrigeración y es incosteable. Incosteable al menos para las economías populares de venta y compra de abastos.

Piense tan solo en una marchanta, propia o pequeña productora que se presenta en un mercado local para vender las dos cubetas de ejotes de su traspatio. Entre ochenta y cien pesos de retorno que son insuficientes para costear las necesidades de refrigeración.

Pero no solo son los microproductores, el dominó de calor arrasará con la gran mayoría de los vendedores, entregándonos el único modelo que ha logrado funcionar en nuestro país para absorber los costos del frío: los supermercados. El problema social de esta integración de negocios ya se la estará imaginando.

Este escenario es hipotético, aunque atreviéndose a tener un cacho de profético. Va a pasar, porque ya está pasando. Solo faltan 45 días consecutivos de calor al año para desvertebrar los ciclos productivos entre el campo y los mercados poblanos. Las soluciones van por la consolidación de mercados, espacios y organizaciones, es decir crear empresas productivas y eficientes desde la sociedad, cosa que no le suele salir muy bien a los gobiernos. Qué calor.