Históricamente, en Puebla, el campo y la industria agropecuaria han sido relegados al papel de segundones, eclipsados por la luminiscencia de industrias textiles, servicios y otros sectores considerados más glamorosos. Apenas algunos sectores se han consolidado como lucrativos, pero pocas veces verá a los grandes productores cañeros, citricultores o paperos sentados en la mesa de los machuchones en este estado.

Por eso, resulta tan sorprendente y gratificante ver cómo, contra viento y marea, se apuntala el sector académico agropecuario en Puebla.

El Centro de Investigación en Ciencias Agrícolas (CICA), de la BUAP, ha labrado un camino de conocimiento y compromiso que celebra medio siglo de ardua labor. Este aniversario no sólo marca el paso del tiempo, sino también la resistencia y la evolución de unas estructuras académicas que han fortalecido sus raíces en la tierra poblana.

La rectora Cedillo Ramírez, en un acto cargado de emotividad, reconoció la labor del CICA y del Instituto de Ciencias (ICUAP), destacando su papel fundamental en la formación de recursos humanos. Este legado no solo se mide en años de trabajo, sino en vidas transformadas y en la semilla de un futuro más próspero y responsable en el ámbito agrícola.

No solo es la máxima casa de estudios del estado, el Instituto Politécnico Nacional (IPN), popularmente conocido como el Poli, busca consolidarse en Puebla con el nuevo Centro de Innovación e Integración de Tecnologías Avanzadas (CIITA) en Ciudad Modelo, municipio de San José Chiapa.

Este proyecto, impulsado con una inversión de 400 millones de pesos por el gobierno estatal, representa un hito en el fortalecimiento de las estructuras académicas agropecuarias en la región.

—Por eso, hoy como nunca los campesinos ya tienen un propio laboratorio. Felicidades y enhorabuena— decía el gobernador Sergio Salomón, mientras ponía la primera piedra del complejo y confirmaba la instalación de un laboratorio de análisis de suelos.

Y acá es donde la realidad choca con los buenos deseos.

En Puebla, menos de 3 de cada 100 campesinos hacen análisis de suelos, de acuerdo con los números estadísticos más cercanos. Sin saber qué necesita su terreno, más de 80 de cada 100 campesinos poblanos aplican fertilizantes químicos —a nadie le gusta admitir lo siguiente— a tontas y locas.

No es una falta de laboratorios (con la ínfima demanda, la oferta es suficiente), es una falta de acompañamiento, y una realidad histórica. La ciencia y el campo han mantenido una relación compleja y, en ocasiones, antagónica. El saber científico y las prácticas tradicionales han generado tensiones que han limitado el desarrollo pleno del sector agrícola en México, especialmente en el centro-sur.

La culpa no se le puede achacar al campesino, que ya hace demasiado levantando cosecha con las pocas herramientas y capital a su disposición, pero sí se puede señalar a todos los gobiernos de todos los niveles, que creen que por crear laboratorios la gente va a ir a ellos, o peor aún, saber qué hacer con los resultados que les entregan.

Políticas públicas en serio, en serio para el campo poblano, con miras a traerlo a este siglo, nunca hemos tenido, o sí, pero nos mataron a Francisco I. Madero; y para cómo van las propuestas de los candidatos, nunca las tendremos. Mucho laboratorio, lamentablemente, para tan poco campo acompañado.