En la era de la inteligencia artificial (IA) y los «deepfakes», donde la capacidad de replicar voz, video, imagen y toda forma de multimedia ha alcanzado niveles insospechados, los procesos electorales se enfrentan a desafíos sin precedentes. En este contexto, es curioso observar que en estas elecciones en México no hemos presenciado mayores titulares generados por IA.

Y es que la palabra en inglés —falsos profundos— describe bien lo que se puede hacer hoy en día con estas tecnologías. Un circo donde los trucos de magia no son ejecutados por ilusionistas, asesores y mapaches electorales, sino por algoritmos.

India, un país con una rica diversidad cultural y lingüística, se ha convertido en un campo de pruebas para el uso de la IA en las elecciones. En las recientes elecciones generales la inteligencia artificial ha sido utilizada para crear imágenes y voces falsas de políticos, generando oleadas de desinformación y propaganda.

La capacidad de la inteligencia artificial ha permitido la resurrección virtual de fallecidos, como en el caso de un exlíder de Tamil Nadu, cuyo video de apoyo a su hijo para la reelección causó revuelo al haber muerto hace seis años. ¿Colosio apoya a Colosio?

Esta tecnología no solo ha sido utilizada para manipular imágenes y voces, sino también para personalizar mensajes.

En la democracia más grande del mundo se tienen 122 idiomas indios de relevancia. Poder automatizar versiones con tono de voz y coordinación de labios de cada uno de ellos da una ilusión de autenticidad difícil de distinguir de la realidad.

Nuestra pista central no ha sido tomada por estos trucos de IA. Es curioso y hasta cierto punto, entrañable. Mientras en India se destinan millones de dólares a estos artificios tecnológicos aquí seguimos confiando en métodos más tradicionales.

No es que seamos tecnofóbicos ni mucho menos; es que la tecnología desnuda la realidad de las operaciones electorales basadas en dichos y copias de INEs.

Otra explicación es la percepción pública. Somos un país que ha aprendido a leer entre líneas, a desconfiar de las primeras versiones y a cuestionar lo evidente. Esta actitud podría haber mantenido a raya a los que, con intenciones oscuras, quisieran jugar con la IA para desinformar.

Aunque luego uno ve las cosas que la gente anda compartiendo en redes sociales que queda muy endeble esta hipótesis de trabajo.

Sin embargo, no podemos relajarnos en la hamaca del olvido. La tecnología sigue avanzando y los estrategas políticos no tardarán en ver las ventajas de personalizar mensajes y crear realidades alternas que convenzan hasta al más escéptico.

Un mensaje de voz en náhuatl, dirigido a una comunidad rural, pidiéndoles el voto. O un video de algún prócer revolucionario, con bigote retorcido y todo, desmorido para apoyar a un candidato actual.

En México, la tecnología aún no ha logrado desentrañar el misterio del corazón humano, y quizás, en eso radica la verdadera fuerza de nuestra democracia: en la impenetrable autenticidad de su gente.

Aquí, el pueblo todavía prefiere el rostro conocido, la promesa hecha a viva voz y la palmada en la espalda. La campaña electoral en México, aún bañada por el sol del caudillismo y el eco de las plazas llenas, no ha dado cabida a las frías y calculadas maniobras de la desinformación (e información) tecnológica, pero 2030 está a la vuelta de la esquina