Seguridad alimentaria, bandera ondeada con orgullo por la administración saliente, se ha caído a pedazos, como si fuera papel de china ante los vientos de la realidad de fin de sexenio. Se habló de autosuficiencia, de que los granos de la milpa serían el sustento de un México próspero, nada de depender de aquellos sucios intereses extranjeros. Y según el ejecutivo lo logramos, porque en este México nuestro, las cifras son como nubes en el horizonte: cambian según el viento, según el discurso que las narra.

El concepto —de seguridad alimentaria— le puede parecer sencillo: que tengan que comer. Pero las definiciones más completas dicen que es la situación en la que todas las personas, en todo momento, tienen acceso físico y económico a suficientes alimentos, inocuos y nutritivos, para satisfacer sus necesidades para desarrollar una vida saludable. Hay quien añade que también sean culturalmente relevantes.

Al desmenuzar las partes hace más sentido. Que todos tengan, que tengan cómo y con qué comprarlo, que les aproveche.

Con numeritos luego es más sencillo. Tienes que producir tres cuartos de todo lo que comes como país para decir que tienes seguridad alimentaria. 75% si prefiere lo curvilíneo de los dígitos.

Maíz para agarrar ritmo a la realidad. En su última revisión, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos nos cuantificó que 52% del maíz que consumimos este año será importado. Si no cree los números gringos, quizá los reportados por la administración nacional —todavía— en turno le sean más fiables.

El frijol, ese grano tan mexicano, tan nuestro, ha visto cómo su producción nacional se hunde en el olvido, mientras las importaciones se elevan hasta un 37% ¡Frijol importado! Si la oración le suena ridícula es porque hace años no importábamos ni cinco de cada cien kilos. Hace años era el sexenio pasado

De trigo producíamos un cuarto de lo que panificábamos, ahora es un quinto. Si le agarran lejos las lecciones de fracciones, eso es menos. Cerdo, cuche y marrano, vamos para importar 4 de cada 10 kilos, una situación inédita en nuestra puerca historia. Huevos nos faltan al ritmo de dos cada docena.

Los números cuentan una historia de dependencia y fracaso, un desastre alimenticio que solo se hará más profundo en la próxima administración, pues este gobierno y el que viene parecen cortados con la misma tijera, aunque unos se presenten como el filo y otros como el papel.

Claudia Sheinbaum ya anunció la formación de una nueva dependencia llamada Alimentación para el Bienestar, la cual una vez entrada al poder se creará de la fusión entre DICONSA y Seguridad Alimentaria Mexicana, la dependencia con el mayor desfalco documentado del gobierno. Fusionada la dependencia… Adiós a auditorías.

Las tiendas Diconsa pasarán a llamarse Tiendas…del Bienestar, donde los pequeños productores podrán vender sus cosechas. SEGALMEX no supo qué hacer con 7 mil millones de pesos de maíz comprado el año antepasado —buena parte ahí sigue pudriéndose— menos sabrán que hacer con las irregulares cosechas de los pequeños productores del país.

Y el siguiente sexenio parece lleno de esas puntadas, como las despensas…del bienestar. Un programa que ya corre en el EDOMEX, donde se dan 24 productos de la canasta básica. De 17 productos alimenticios, 17 vienen industrializados, 13 son de materias importadas, y de esos, 0 (cero), se producen al procesar cosechas de pequeños agricultores ¿por qué cree que lógica del mercado va así?

No «seremos Venezuela», pues los anaqueles de los supermercados seguirán bien repletos, pero hay realidades donde malas políticas macroeconómicas han hecho que los salarios diarios hoy no alcancen ni para un tercio de la canasta básica.

El desastre no es inmediato, no es una crisis que se siente de golpe. Es un lento desmoronar, un deterioro que se va filtrando por las grietas de la política agraria, por decisiones mal tomadas, por falta de visión a largo plazo. La historia se repetirá, y los errores se replicarán como si fueran lecciones no aprendidas, solo que esta vez, con más hambre.