El viaje fue largo desde su último hálito hasta el lugar de descanso final, en esta comunidad del municipio de Axutla, en el estado de Puebla.

Tras una travesía de 86 días, desde que murió el 18 de abril por COVID-19 en Nueva York, Crescencio finalmente logró reencontrarse con sus padres, para recibir de ellos su última bendición, antes de ir a su tumba.

El viaje de regreso, en realidad, duró unas cuantas horas por aire y tierra, entre martes y miércoles, pero la espera fue de casi tres meses.

Llegó a casa este miércoles, muy cerca del día en que cumpliría 57, próximo el 6 de agosto.

Por eso, además de “México lindo y querido” y “Dios nunca muere”, el mariachi que lo esperaba con sus familiares, entonó “Las Mañanitas”, cuando la carroza llegó a casa de su hermana Lupita, en esta pequeña comunidad de la Mixteca Poblana, a la que visitó por última vez en vida, hace más de 18 años.

Vía Facebook, con las dificultades por la escasa señal que hay ahí, vieron su arribo, desde La Gran Manzana, en Brooklyn, sus hermanos Alberto, Javier y Gilberto.

En el recorrido, desde el municipio vecino de Tehuitzingo, la carroza tuvo el acompañamiento de su otro hermano que vive en México, Gerardo, otros familiares y personal del Instituto Poblano de Asistencia al Migrante (IPAM), del gobierno del estado, que ayudó a su repatriación, al igual que el Consulado General de México en Nueva York.

La despedida

La espera de Crescencio fue ansiosa para sus familiares. Hubo un ligero retraso, desde la ciudad de México, a donde aterrizó el avión que lo trajo desde el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, de Queens.

La tarde del lunes, tuvo una pequeña ceremonia en la Daniel J. Schaefer Funeral Home, de Brooklyn, a la que solamente asistieron 10 de sus familiares, por las restricciones sanitarias que aún privan en Nueva York.

A su llegada, el dolor sufrido junto con el contenido estalló.

Sus padres, sus hermanos, sus sobrinos, toda la familia Flores Méndez lloró de tristeza y por el desahogo de haber concretado su regreso.

“Nunca la cremación fue una opción para nosotros”, comentó Gerardo.

Al lado de estruendo de los cohetones, el llanto, los aplausos, el mariachi entonó “México lindo y querido” y seguramente hasta el más insensible se hubiera doblado, como todos los asistentes.

Ayudados por sus hijos y sobrinos, su madre Reyna de 86 años de edad y su padre Francisco, de 88, se acercaron al ataúd, una vez que le fue retirado el cartón con que se cubrió para su viaje.

Sus manos derechas, casi en sintonía, se levantaron con la señal de cruz.

Crescencio recibió la última bendición de sus padres, la misma con que hace más de 35 años salió de Huhuepiaxtla, para buscarse la vida en Estados Unidos, y donde pasó los últimos tres lustros, construyendo, diseñando y dando mantenimiento a campos de golf.

Juntos, Rina y Francisco hicieron la Señal de la Cuz sobre el ataúd.

El mariachi cantaba “que digan que estoy dormido y que me traigan a ti…”

El llanto se disputaba el volumen con los cohetones.

Y el cerro de La Peña veía el regreso de uno de sus hijos.


Más retornos

Apenas estuvo unos minutos en la casa y el cortejo se enfiló al panteón de la comunidad, en donde un padre esperaba el cortejo.

Las medidas sanitarias se conservaron lo más posible. Todos con cubrebocas, con tristeza y con paz porque hoy, ha regresado.

Crescencio Flores Méndez es el primer paisano poblano que regresa, en cuerpo, a casa.

Este jueves, el sungo llegó también a esta comunidad que vigila el famoso cerro de La Peña, y que tiene relación familiar política con los Flores Méndez.

Se trata de Miguel Herrera Barrera, “hermano de mi cuñada, del mismo lugar y también con el apoyo del IPAM”, dijo Gerardo, en tanto que, vía mensaje, Alberto desde Nueva York confirmó que “mañana (viernes) sale un paisano más de aquí de Nueva York, pero no sé cuándo llegará; va para Tulcingo de Valle y también es familia de mi cuñada”.