En días pasados mi compañero Ricardo Morales presentó en sus Serpientes y Escaleras un escenario catastrófico para el PRI en Puebla, mandándolos —de un plumazo— a la tercera fuerza política.
Pese a que el priismo ha cometido sendos errores y ha sufrido rupturas y abandonos, resulta impensable que el PRD pueda desbancar al PRI o al PAN para abandonar el deshonroso tercer lugar.
Por esta ocasión, me permito diferir de mi vecino de columna, lo cual no implica que minimice los yerros tricolores, pero estos no serán suficientes como para abrirle las puertas a la inexistente izquierda poblana.
Vayamos al punto.
Mucha alharaca hacemos en provincia por las candidaturas a senadores y diputados sacando conjeturas de los posibles resultados electorales, de acuerdo con los nombres de los candidatos locales y olvidando en automático los dos factores más importantes de una elección presidencial.
Si hacemos un recuento de lo sucedido en Puebla en este tipo de elecciones, nos daremos cuenta que son dos los factores que influyen directamente en el resultado de estas contiendas.
En primer lugar, la fortaleza del candidato presidencial es un elemento determinante para definir a los senadores y diputados ganadores en un estado como el nuestro.
Y en segundo lugar, las estructuras partidistas y gubernamentales se convierten en los artífices para inclinar la balanza en favor de los candidatos a legisladores.
Vayamos a la elección federal del año 2000.
Un buen ejemplo de esta teoría se vivió el 2 de julio de 2000; en aquel entonces, Puebla mantenía una hegemonía priista con el liderazgo de Melquiades Morales, quien puso a disposición de su partido todos los recursos a su alcance para darle un resultado favorable a su candidato presidencial.
De tal forma que mientras la puja presidencial se daba entre Francisco Labastida y Vicente Fox, los candidatos al Senado en Puebla fueron Rafael Cañedo Benítez y Germán Sierra Sánchez por el PRI, quienes enfrentaron a los panistas Francisco Fraile y Ana Teresa Aranda.
Este escenario político cerró la elección de tal manera que se presentó un empate técnico en el Senado, el cual se resolvió favorablemente para la dupla Cañedo-Sierra hasta las primeras horas del 3 de julio, en medio de un mar de dudas.
Es decir, la fuerza del candidato presidencial cargó con los panistas al grado de llevarlos a pelear cabeza con cabeza con los compadres y amigos del gobernador en turno.
Seis años después, la caída estrepitosa de Roberto Madrazo se llevó entre las patas a Melquiades Morales y a Mario Montero, quienes cayeron por corto, pero suficiente margen ante la fórmula compuesta por Rafael Moreno Valle y Humberto Aguilar.
En ambos casos (2000 y 2006) el candidato presidencial y la estructura partidista influyeron fuertemente en el resultado de las elecciones en Puebla.
Y aquí es en donde viene la pregunta clave.
¿Qué pasó con los candidatos del PRD?
En el año 2000, Cuauhtémoc Cárdenas quedó marginado por una abismal diferencia de la contienda presidencial, lo cual haría lógico pensar que en ese año no hayan ni siquiera pintado los candidatos a senadores y diputados de ese partido; sin embargo, en 2006 López Obrador peleó codo con codo la presidencia con Felipe Calderón y ni así los perredistas se acercaron a ganar una diputación y mucho menos una senaduría en Puebla.
La razón es muy sencilla, el candidato presidencial marca tendencias y la estructura de partido las hace realidad.
Sobra decir que la estructura del PRD en nuestro estado es literalmente inexistente.
De ahí que para este 2012 la fórmula presidencial encabezada nuevamente por López Obrador y el PRD no tenga ninguna posibilidad de ganar en Puebla una sola diputación y mucho menos una senaduría, aunque en ésta aparezca el nombre de Manuel Bartlett.
Así las cosas, aunque respeto la opinión de mi amigo Ricardo, esta vez me parece que se dejó llevar por la efervescencia política del momento al pronosticar que el PRI pasará a ser la tercera fuerza política en Puebla.
Habrá que esperar la noche del 1 de julio para saber quién tenía la razón.
Veremos y diremos.