La historia nacional siempre se ha apuntalado y escrito gloriosas páginas en la senda educativa de la patria, soportada por la propia historia de nuestra universidad pública.
Hoy, en un contexto de transición gubernamental, en un terreno donde se estima que cerca del 80 por ciento del alumnado sufragó a favor del proyecto de nación de Andrés Manuel López Obrador, encontramos una universidad que vuelve a generar espasmos y contracciones que parecerían despertar a la enorme hidra rugiente a 50 años del gran conflicto universitario de Tlatelolco.
Sin duda, ante la importancia del ente público autónomo educativo que representa la mayor caja de resonancia nacional, ante escenarios de movilización social, es un problema que obligatoriamente debe estar ya en las agendas de los equipos de transición, sobre todo por no poderlo sustraer como factor de estabilidad en este que será un paso inédito en los cambios de gobierno.
En poco más de una semana, y después de cerca de 18 años de tranquilidad, la máxima casa de estudios de nuestro país, ha experimentado paros generalizados de miles de jóvenes en las preparatorias, en los colegios de ciencias y humanidades así como en las escuelas y facultades de la propia casa de estudios.
Se han movilizado conciencias y personas materializadas en una marcha masiva y se ha repudiado en infinidad de vías, la cruenta golpiza y actos de verdadera criminalidad, ocurridos en la manifestación de alumnos del CCH Azcapotzalco.
La pregunta es en dos sentidos: ¿dentro del oscuro sendero de la política, a alguien conviene incendiar los campos universitarios con un conflicto? Y dos, ¿Quién evita en el marco de la transición que lo anteriormente planteado ocurra? Considero sin embargo que la motivación de los estudiantes para alzar la voz ante una putrefacción de inseguridad es plena y absolutamente legítima. Y es que sí, hay un reclamo desesperado ante la ola de violencia que azota a la universidad de mayor prestigio en Latinoamérica.
Reclamo que busca evitar más casos como los arteros asesinatos de Miranda Mendoza, estudiante del CCH de Oriente, Lesvy Berlín, encontrada penosamente sin vida atada de una caseta telefónica dentro de Ciudad Universitaria, de la profesora Graciela Cifuentes e hija y de mil y un incidentes “menores” de asaltos, lesiones, amenazas, menudeo de drogas, que han prendido una conciencia colectiva para la movilización.
Enrique Graue parecería estar en una encrucijada muy complicada. Por una parte reconoce que el problema es real, que la razón asiste al estudiante al estar en un escenario universitario que empezó a ver como normal la violencia al estar sumergida en el esquema mayor que es la violencia en el país.
Por otra parte, los intereses que ven como botín político el control de la UNAM, propician los escenarios, ya sea desde la trinchera de los perdedores del 1 de julio quienes con una PGR alelada y una procuraduría capitalina de poco actuar, no toman rienda en la solución del conflicto. O desde los nuevos intereses creados por la cuarta transformación nacional quienes ansían una universidad allanada al interés del movimiento.
La UNAM no ha sido ajena a la lucha en el escenario político. Es más, la resolución de sus propios movimientos ha sido aliciente para inclinar simpatías a favor de grupos de esta arena, sin embargo, ante la modernidad que implica la desinformación por las vías de viralización, el movimiento universitario que clama por la salida de porros y mejores condiciones de seguridad para los alumnos se puede complicar y hasta me atrevo a decir, se podría salir de control.
En cuanto a lo que localmente nos compete, no quitemos la vista del movimiento interno de nuestra propia universidad pública poblana la cual siempre ha sido por igual sensible a las causas.
En un esquema de reyerta entre partidos por una elección estatal impugnada y con una ciudad capital que aloja a la violencia y a la criminalidad como una normalidad, bien podremos estar en la antesala de la toma de posturas provenientes desde el frente universitario como mimetismo natural de un movimiento nacional.
Pero volviendo a esa cancha, concluyo al preguntar si este potencial conflicto puede modificar o afianzar posturas que a su vez fueron firmes promesas de campaña de AMLO, en el sentido de ensanchar las puertas de entrada de una universidad que hoy más bien grita por que NO se dé paso a ajenos a la mística universitaria, porque se solucionen problemas primarios de mejores condiciones tanto de estudiantes como de docentes, y porque lejos de apostarle a la no meritocracia en el estudio, se componga desde sus raíces en calidad lo que al universitario nacional siempre le ha dado gloria: tener la mejor universidad de América Latina.