La crasa derrota que el Revolucionario Institucional sufrió en las urnas el 1 de julio de 2018 es más resultado de un largo proceso que un suceso aislado. El largo camino de 18 años, que inició con la entrega de la Banda Presidencial, llegó a su fin en un escenario muy similar al que se enfrentó Francisco Labastida Ochoa cuando marcó historia por ser el primer candidato priista que perdió una elección presidencial.
Muchas coincidencias se pueden encontrar con el pasado proceso electoral.
José Antonio Meade, hombre de probadísima experiencia en el sector público al haber ocupado distintas Secretarías de Estado a lo largo de dos sexenios, se planteaba como el candidato más preparado y quizás quien más certidumbre y confianza daba a los mercados internacionales. Se privilegió el perfil “ciudadano” ante la solidez de la composición política de un Miguel Osorio.
Andrés Manuel López Obrador, por otro lado, había perdido la elección presidencial en dos ocasiones anteriores (2006 contra Felipe Calderón y 2012 contra Enrique Peña Nieto) y era dueño de un estilo mediático y contradictorio, visceral, que siempre había mermado sus campañas.
Uno de los responsables de la estrategia priista, Aurelio Nuño Mayer, buscó capitalizar los históricos errores de López Obrador y revivir la campaña que en 2006 logró quitarle el triunfo: “es un peligro para México”. A través de la exaltación de frases y actitudes realizadas para congraciarse con sectores conflictivos de la sociedad, en el cuarto de campaña del candidato del PRI esperaron que el efecto se repitiera.
Pero el 1 de julio de 2018 la ciudadanía votó y no lo hizo apelando a su más alto raciocinio. No se votó por una plataforma ideológica ni por un sistema estructurado. Se votó como castigo. Se votó con odio real.
Partiendo de este escenario mucho es lo que habría que trabajarse desde el descrédito y una imagen de desprestigio justificada por los sonados casos de corrupción que pesaron sobre gobiernos de proveniencia priista. Finalmente, el secuestro del partido por parte de un círculo cerrado terminó de liquidar la unidad priista en pos de la operación política a favor del grupo tricolor del Estado de México.
La llegada de Enrique Ochoa Reza como Presidente del Comité Ejecutivo Nacional puso a la cabeza del priismo a un ciudadano de perfil tecnócrata y con nula experiencia en el quehacer político de la institución.
Las respuestas reaccionarias a los embates políticos fueron privilegiadas ante la previsión y la estrategia territorial permanente. La actitud defensiva se volvió el día a día del PRI.
Pero el error más grave no fue el haber llegado a la elección del 1 de julio con tantos frentes abiertos. El mayor conflicto vino días después. Ante una derrota tan mayúscula, toda organización bien estructurada debe buscar cómo reponerse.
Priistas de todo el país comenzaron una cacería de brujas. Buscaron justificar la derrota. Se llegó a afirmar que todo había sido resultado de una venganza contra las decisiones cupulares.
¿Necesitamos culpables? Tal vez no, aunque es cierto que en un sistema vertical la responsabilidad siempre radica en la cabeza. También es oportuno entender que la decisión cupular irremediablemente afectará al resto de la estructura.
Pero nos atrevemos a aventurar que fue el desdén de los priistas hacia el priismo tradicional lo que en verdad terminó de lapidar cualquier posibilidad de ser competitivos.
¿Qué hacer?... Por lo pronto, estoy convencido que en tanto se siga buscando la conveniencia de los grupos para conservar las mínimas prebendas de poder y no se trascienda desde las líneas de los discursos, el escenario es de caos. Ponernos de una vez por todas de acuerdo en un partido que aun respira entre estertores es un mayor acto de valentía y responsabilidad que la cobardemente conveniente postura de salirse del partido para fundar otro que supuestamente sería distinto.
En ese acto es donde se disfraza por igual la intención de grupúsculos de política que parecería que están eximidos de toda responsabilidad por pasados creados por ellos mismos y que ahora pesan como loza. Buscar los beneficios de un nicho financiado públicamente en otro partido político no es más que el testimonio de la falsa lucha por cambiar.
Yo me quedo a luchar, opto por la re evolución. No hay oídos sordos que resistan la estridencia del grito del México acallado por tanta injusticia que nosotros mismos nos procuramos.