Transitaba tranquilamente con mi nave por el carril central de la avenida, cuando inesperadamente y sin decir “agua va”, se cruzó un camionero por delante de mí, a milímetros de destrozarme. Indignado le grité (muy a la mexicana): ¡saca la lengua, tarado! “Voy, voy”, me respondió, “¡si no ves el camión, menos vas a ver la lengua!” Así nos sucede a nosotros los sufridos macehuales que poblamos el país, el “camionzote” político se nos viene encima a pesar de nuestros tímidos reclamos y, a ellos, los políticos, les vale mother (“madre”, para aquellos que no dominan el lenguaje de Shakespeare). Cometen cuanta infracción les viene en gana, con una desfachatez monstruosa. El dinero y el poder es la razón de su menguada existencia y, digo “menguada”, porque no conozco a ningún político poderoso que goce la vida sin temor a que le den “cuello” o a que pierda su poder y dinero. ¿Poseen grandes riquezas, ¡sí! ¿Viven felices? ¡no! Sienten una soledad interna y un vacío del tamaño de su camionzote.
Por fortuna, y a pesar del lodoso ambiente político, existen políticos honestos que brillan por su honesto desempeño. Desde luego son pocos en comparación a muchísimos que viven de la manipulación y el engaño artero. Vivir del presupuesto a costillas de la salud y vida digna de nuestro pueblo es una estrategia indigna que, sin duda, traerá repudio a quienes hacen una forma de vida de esta reprobable costumbre, y de paso por desgracia, nos llevan entre las pezuñas con su camionzote… Que tristeza; vender el alma a cambio de dinero.