Inhalar, exhalar: un acto inconsciente tan antiguo y poderoso como la vida misma; es más, sin él nada existe ni existiría. Sin embargo, este no es un solo acto, sino dos, puesto que cuando se exhala el último aliento, la vida terrenal expira con él. Sé nos olvidó que, al salir del vientre materno, hasta nos nalguearon para que empezáramos a respirar el preciado oxígeno que hoy hemos contaminado, casi al grado de la extinción.

La magia del juego del oxígeno que respiramos es increíble, por ejemplo: los arbolitos que, dicho sea de paso, nos hemos dedicado a talar, absorben el bióxido de carbono que exhalamos al respirar, absorben nuestros desechos respiratorios y los convierten en oxígeno puro y respirable. Sin embargo, nuestros impolutos gobernantes históricamente encuentran un placer irresistible en destruir los zócalos de los pueblos que gobiernan. En cuanto suben al poder transforman el verdor de las bellas plazas en espantosas planchas de concreto, ejemplo de ello, el zócalo de Cuautla. Es como si imaginaran que el verde, los árboles, palmeras, flores y bancas de reposo les significaran ignorancia y pobreza, como la de los pueblos en que nacieron. Es como si el cemento les significara progreso, cultura y riqueza. Y en esto último tienen razón, porque el construir semejantes aberraciones les proporcionará muchísimo dinero que irá directo a sus incorruptibles bolsillos.

Lector querido: ¿recuerdas las bancas y los venerables árboles de las plazas que nos brindaron frescura, paz, descanso y el deseo de vivir en armonía?