Se le quedó el mote de el Egrañas porque desde pequeño su papá le gritaba y lo ponía verde por cualquier cosa. El pequeño Egrañas, a pesar de su corta edad, recriminaba a su progenitor con inusitada valentía: es qué siempre me gritas y mi egrañas por todo.
Obviamente, mi amigo el Egrañas padeció de acidez estomacal desde muy joven así que lo llevaron a un medico especialista que le recetó una pastilla de última generación para erradicar el mal, una pastilla antes de cada alimento, de por vida.
Poco tiempo después se le inflamó la panza y y se llenó de gases. Lo llevaron con un especialista que le recetó tres pastillas después de cada alimento, ya que que los intestinos se habían vuelto perezosos. Al cumplir la mayoría de edad empezó a sentir mareos malignos. Preocupado acudió a otro especialista, quien dictaminó un severo desequilibrio en la presión arterial. Le recetó dos pastillas al levantarse y dos al ir a dormir.
El Egrañas se convirtió en un botiquín con patas, un ser amargado y gris. Por último mi amigo se vio en la necesidad de acudir al cardiólogo, quien le detectó una arritmia cardiaca, éste le recetó seis pastillas para regular el ritmo cardiaco alborotado por una severa intoxicación al consumir tanto fármaco.
La pastillítis aguda que padecía el Egrañas, lo obligó a mandar por un tubo a los laboratorios y sus productos. Hoy ha recobrado su buen humor y cuando le duele la cabeza se pone unos chiqueadores de ruda o de pápalo quelite. Se toma un te de hojas de romero y se venda la cabeza con un paliacate húmedo y !santo remedio!, el Egrañas le encontró sabor a la vida.