Fue una fría mañana de noviembre de 1987, siendo alumno de tercer año de la Escuela Libre de Derecho de Puebla, cuando me enfrente a la realidad, hacer lo que había visto en la televisión. Así como de niño soñaba en volar como Superman, me di cuenta que podía ser un Ironman y terminar mi primer triatlón.
Mantuve la ilusión de llevar a cabo una de mis metas, uno de mis sueños, el deseo de demostrarme que una persona puede vencer los límites que en ocasiones ella misma se pone, esos obstáculos que hoy me doy cuenta, generalmente se encuentran en la mente de las personas.
Ese día llegamos muy temprano a la Laguna de Alchichica, ese cráter volcánico que había visto un año antes, y donde Ivar Sisniega había demostrado que se podían cumplir las tres disciplinas.
En mi mente pasan los recuerdos de la fría mañana de otoño; llegué muy temprano, afortunadamente no estuve sólo, participamos varios amigos: mi hoy compadre, Mike Vázquez, Oscar Landini, Hans Buehringer, los hermanos El Güiro y Food Quiroz, cuyo padre y tío nos hicieron el favor de llevarnos.
Ahí nos untaron de vaselina, algo que nadie te dice, de cómo se debe preparar al competidor para que resista las heladas aguas, ya que el traje de baño que llevas no impide que tus manos y cara se adormezcan.
Fueron casi dos kilómetros de nado en esas frías aguas con sabor a leche de magnesia, y al salir de ese lugar, mi cabeza daba vueltas como si estuviera saliendo a tomar respiración mientras nadaba; esa era la sensación de que mi cabeza parecía decir no.
Afuera me di cuenta que de lo que no sale en las noticias, el té y café caliente que te ofrecen los organizadores al salir del agua, líquidos que supieron a gloria, y que me permitieron darme cuenta de lo que en esos momentos representa una bebida caliente, y que mi organismo lo exigía.
Tras haber cumplido el primero de los tres retos, el siguiente fue el montarse en la bicicleta para recorrer los 120 kilómetros de Alchichica hasta el Parque Juárez, de pronto había kilómetros de soledad, pocas personas se veían en la carretera; ahí, en mi mente, pasaba sólo la idea de “debo terminar”.
Reconozco que la bicicleta no es mi fuerte, pero comencé a pedalear, rebasando a uno de mis compañeros; posteriormente inició la competencia entre nosotros.
Llegando a Puebla el sentimiento ya era de cansancio, por el momento las piernas comenzaban a adormecerse y doler; te das cuenta que careces de la experiencia y la preparación suficiente para enfrentar una competencia de éste nivel, sin embargo, también está el deseo de romper esa barrera mental.
En nuestro entrenamiento en bicicleta las distancias eran de doce a quince kilómetros, es decir, ese día recorrimos diez veces más de lo habitual.
Y pasó algo, después del frío de la madrugada, el otro enemigo que tuve fue el sol, no iba preparado para enfrentarlo, terminé con quemaduras en la piel, casi de segundo grado.
Al llegar al Parque Juárez, desmonte de la bici y comencé a correr por el bulevar Héroes del 5 de Mayo con rumbo al CENHCH, hasta la 2 Norte, de ahí pase a la Calzada de Los Fuertes hasta la Ford Rivera, luego vuelta en la Diagonal Defensores de la República hasta la China Poblana, Bulevar Norte hasta Suburbia, vuelta en Teziutlán Sur para continuar por la calle Rosendo Márquez hasta la 25 Poniente, vuelta en Telmex rumbo a la fuente de La Paz, toda la avenida Juárez hasta el Paseo Bravo, avenida Reforma hasta el bulevar y terminar en el Parque Juárez.
En si, la distancia fue la de un medio maratón, los 21 kilómetros, aunque en la capital de mi estado el ambiente ya no fue de soledad, la gente salió a ver a los pocos competidores que se enfrentaban a un gran reto.
Por cierto, también enfrente las rozaduras, pues en mi inexperiencia me puse un short con el que se puede correr cualquier día, pero no después de nadar, recorrer los 120 kilómetros en bicicleta, pues un hilo de sangre comenzó a correr sobre mi pierna; nada grave, pero hoy me doy cuenta que mi primer triatlón se puede decir me costó “sangre, sudor y lágrimas”.
Fueron 8 horas 15 minutos, cuando llegó esa sensación de alegría, el haber cruzado la meta, y darme cuenta que puedo vencer muchas barreras.