México y los bolsillos de sus habitantes han resentido los viciosos golpes de la inflación durante todo el año pasado, más lo que falta. Todo está más méndigo caro. Y aunque los incrementos se han dado en casi todos los gastos personales y del hogar, existe un rubro sensiblemente agudo: la inflación en alimentos procesados.
Esta inflación, si usted mira con detenimiento, se ha dado de manera paralela y espejo a los incrementos en Estados Unidos. Claro, acá sin ganar en dólares. Podría interpretarlo como una inflación importada, y estaría en lo correcto.
Si viviéramos en el México de los 60’s –además de ser unos rebeldes sin causa– habría medidas para paliar esto como la ampliación de la frontera agrícola, el autocultivo o el impulso a la milpa. Éramos 40 millones de mexicanos, sin problemas sacábamos el asunto.
Ahora somos el triple de habitantes, con la convicción de nutrir y alimentar a todos tres veces al día. Lamentablemente muchos de quienes llevan nuestras políticas públicas siguen viviendo en el pasado, o en un presente ilusorio.
Las problemáticas presidenciales con la importación de maíz transgénico buscan ser el escenario ideal para que viejas guardias exhiban planes impresentables. Le presento el peligro de una nueva puntada.
Con el genérico nombre de “Plan Maíz Sur-Sureste” se busca convertir a estados como Oaxaca, Chiapas, Campeche, Yucatán o Guerrero como los proveedores del maíz amarillo forrajero que ahora importamos de EUA. Las alocadas estimaciones colocan hasta 2 millones de hectáreas propicias para estos fines.
Este proyecto se está gestando de la mano del célebre estudioso Antonio Turrent, cuya fama académica se ha formado alrededor de la (sic) defensa del maíz mexicano. No por nada es uno de los consentidos de Álvarez-Buylla Roces, titular del CONACYT, con quien ha sido co-autor en numerosos estudios e investigaciones, y del subsecretario de autosuficiencia alimentaria, Víctor Suárez Carrera.
El plan –si puede llamarse así– se basa en corazonadas, estimaciones y supina ignorancia del sistema agroalimentario nacional.
¿Semillas? El Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) tiene muchas variedades –dicen– con esas surtimos al sureste. ¿Aunque no haya industria ni abasto dedicado en la región? Necesita un empujoncito, fácil lo sacamos –dicen de nuevo– por mientras con semillas nativas, no le hace.
¿Logísticas para sacar los cultivos de las zonas más inaccesibles del país para llevarlas a los grandes centros ganaderos? Silencios sepulcrales.
¿Competencias de cultivos? No hay, hubo y ni habrá –se jactan los descarados–. Es más, hasta aprovecharemos los mismos terrenos para producir arroz, del que importamos nueve de cada diez kilos comidos. Prometer no empobrece.
Eso sí, sin gallinas ya se andan saboreando los merengues. 16 millones de toneladas para el ciclo otoño-invierno y tan tan, se acabó la importación de maíz amarillo y la larga noche neoliberal. Hay ausencias que triunfan, la desaparición de una desubicada generación de agrónomos nacionales será una de ellas.