El sábado pasado nuestro estado recibió al presidente en funciones, López Obrador, y a la presidenta electa, Sheinbaum Pardo, en San Salvador el Verde para verificar los resultados del programa Sembrando Vida, acompañados por sus símiles estatales Céspedes Peregrina y Armenta Mier.
Sheinbaum, en un acto de optimismo morenista, confirmó que el programa seguirá durante su sexenio, atrayendo los aplausos de más de 7 mil asistentes, en un municipio aislado de la capital menos de 24 horas antes del evento por la toma de la autopista.
La justificación oficial es que —en los últimos seis años— se han sembrado 1,200 millones de árboles en 1 millón de hectáreas, convirtiéndolo en el proyecto de reforestación más grande del mundo. O esa es la narrativa del gobierno, narrativa que se cae a pedazos al aplicar la poderosa herramienta algebraica de la Regla de 3: han sembrado 1,200 árboles por hectárea.
Uno piensa en reforestación y la imagen a la mente es algo denso y frondoso, como ¿el Bosque de Chapultepec? Tiene menos de 300 árboles por hectárea.
Alguien podría argumentar que ese no es un esquema de siembra productivo, y estaría en lo correcto. Pero incluso con ¿duraznos le parece? sembrados en alta densidad —cada 4x3 metros— alcanzamos unos 800 por hectárea. Eso con riego, de lo contrario, no sobreviven ni para el anecdotario; la mitad de esa cantidad tiene más sentido.
Y si nos ponemos serios, con árboles que realmente cuenten para las ardillas, como los nogales, apenas y se siembran 50 por hectárea.
Entonces, ¿con qué cultivos se podrían alcanzar esos números astronómicos? Café, por ejemplo, sin problemas siembra 50 mil por hectárea. Pero esos son arbustos, no son árboles, y ahí se va la mentira.
Además, hay proyectos de reforestación globales que hacen palidecer las declaraciones guindas. La Gran Muralla Verde, por ejemplo, va por restaurar 100 millones de hectáreas de tierra para evitar que el desierto del Sáhara se trague media África. Eso sí es un proyecto monumental, no las ilusiones de humo con promesas verdes mientras la lógica se retuerce en el suelo. Y es que el mundo que vivimos es altamente complejo y técnico, por lo que dependemos de la información que otros nos hagan llegar.
Días después, en un evento no relacionado, Alejandro Armenta sacó una bolsa de churritos hechos de nopal y amaranto —producto generado dentro de Sembrando Vida— alabando lo que le comentaron sobre la botana, que no tenía «aceites transgénicos», botana ideal para la 4T. Lamentablemente, la posibilidad de que esos churritos no fueran fritos en algo transgénico tiende a cero, o debiera, si quisiesen existir.
El mercado nacional de aceites es vulgarmente dominado por la canola —48%— y la soya —44%—, prácticamente todo importado de Canadá, Estados Unidos, Brasil y Argentina, países que siembran 95 de cada 100 hectáreas de esos cultivos con transgénicos. El resto de los 10 litros anuales de aceite —guácala— que consumimos los mexicanos lo tienen el maíz, girasol y cártamo, que también son transgénicos e importados, pero menos van a freír en eso si buscan ganancias.
La bolsa de churritos, decía el gobernador electo, son ejemplo de lo que se busca impulsar desde su gobierno, pero, ¿eso que significaría realmente?
Vender la bolsa a diez varos, lo mismo que unos Churrumais en un Oxxo. Cualquier otra cosa sería un fracaso comercial destinado a naufragar por los volúmenes que se necesitan para las metas que se tienen. ¿Ve la misión de Sembrando Vida alineada a impulsar una cooperativa capaz de pelearle a Sabritas o Barcel? El mexicano promedio se zampa 8 kilos de frituras al año, sin mucho pudor podemos embucharnos algunas fruslerías que no son falsas, pero tampoco verdaderas.