Muy lejos de la pretendida magnificencia y soltura con que se movía por todos lados como gobernador de Puebla, hoy Rafael Moreno Valle vive agazapado, con bajo perfil, como escondiéndose de todos, de reporteros, de funcionarios, de sus colegas y hasta de sus compañeros del grupo parlamentario del PAN en el Senado de la República, agazapado, fraguando un nuevo golpe bajo que satisfaga sus intereses personalísimos.

Es el cazador que camuflado a la mala, pero con infinita paciencia, espera a su presa y sus tiempos.

El poblano es actualmente vicepresidente de la Mesa Directiva de la Cámara Alta y en las sesiones ordinarias se sienta a la derecha del presidente del Senado, el morenista Martí Batres Guadarrama, a quien asiste con torpeza.

Su mayor contribución, si así puede llamársele, es señalarle a Batres cuando alguno de los senadores en el Salón de Sesiones levanta la mano pidiendo el turno a la voz.

A ratos se levanta de su lugar y desaparece entre los pasillos, principalmente enfila hacia la salida de la izquierda, que le queda a unos pasos de su oficina en la planta baja del recinto de la esquina de las avenidas Insurgentes y Reforma en la Ciudad de México.

Contrario a su conocida megalomanía, no da entrevista y deja la sesión con unos minutos de ventaja, para literalmente huir al estacionamiento en donde ya lo espera su chofer y su séquito de guardaespaldas pagados por todos los poblanos, que se dejó como prestación como ex gobernador, por una reforma a la Ley de Seguridad Pública aprobada en los primeros años de su tristemente recordado sexenio. Por cierto, pronto será derogada por la mayoría lopezobradorista del Congreso local.

En lo que va de la legislatura que comenzó el pasado 1 de septiembre, apenas ha tomado la palabra en tres ocasiones: una desde su escaño, para reclamar que se acotaran las participaciones en tribuna para presentar iniciativas, de diez a cinco minutos por orador.

La segunda, forzado por las circunstancias, para respaldar, también de dientes para afuera, la creación de la comisión que analiza el presunto fraude electoral en el Puebla y, la tercera, para presentar una iniciativa para que los congresos locales sean transparentes. Sí, Moreno Valle pidiendo transparencia.

Por supuesto, el ex mandatario no pretende pasar así los seis años que será senador. No.

Aprovecha, por ejemplo, su constante cercanía en las sesiones con Martí Batres para caerle bien, con esa falsa simpatía que lo caracteriza, pues el ex perredista es de las personas más cercanas al presidente electo, Andrés Manuel López Obrador. Lo ve como posible puente.

También Rafael está en espera de los tiempos, que se cumplirán este 11 de noviembre, con la elección para la nueva dirigencia del Partido Acción Nacional (PAN), en donde se espera el triunfo de Marko Cortés, quien es apoyado por el grupo de gobernadores y ex gobernadores panistas y con quien el poblano habría ya negociado quedarse con la coordinación panista en la Cámara Alta.

La negociación es posible, porque de acuerdo con los estatutos de AN, es el dirigente nacional el único facultado para nombrar a los coordinadores parlamentarios.

Para ello, Moreno Valle tendrá que desbancar a Damián Zepeda Vidales, quien hoy por hoy cuenta con el apoyo de la mayoría de los 22 senadores panistas.

Poco le importa a él su impopularidad entre sus compañeros y compañeras, su antipatía, pasado oscuro. Permanece agazapado para dar la puñalada por la espalda. Es lo suyo.