¿Cuál es la necesidad de andar enojado por culpa de un grupo de desconocidos que no deberían tener mayor relevancia en mi vida?

Llego a la misma interrogante cada fin de semana, y entre todas las conclusiones, creo que la más acertada sigue siendo la que encontró Cristina, mi abuela, aquel 5 de julio de 1994; cuando mi llanto la hizo salir de la cocina para verme arrodillado ante el televisor, mordiendo la playera réplica del calendario azteca que horas antes me había comprado ‘el Pep’, mientras le suplicaba a Jorge Campos que hiciera el milagro ante los búlgaros: por ridículo.

Sin embargo, después de todos los años transcurridos desde aquella tarde (que no son pocos), y aunque terminen convertidas en una desgracia, a mis pasiones futboleras les sigo teniendo una fe inquebrantable; por ejemplo, sin ir más lejos, lo que sería el debut de la Franja en este torneo.

Habrá sido por el tremendo espectáculo montado para dar a conocer la nueva playera del equipo, a través de un ‘reality show’ que, aquí entre nos, me hizo quebrar en llanto cuando el ganador, Iván Reynaga, dijo entre lágrimas que ‘el Puebla ya le había devuelto todo lo le había dado’.

O tal vez, el hecho de que por primera vez en muchos años, la columna vertebral del equipo (misma que brilló por su ausencia), tras resistir una serie de billetazos (aunque, pareció, algunos seguían pensando en ellos), sería la misma que en torneos anteriores.

O también, porque cuatro días antes de semejante barbarie, en un programa de radio, Chelís no se cansó de invitarnos ‘al drama’, para así presenciar cómo ‘el príncipe rescataría a la princesa’, porque no habría otra forma de ver a este Puebla que no fuera ‘rompiéndose la madre’ (promesas de las que, nos quedó claro, los jugadores nunca se enteraron).

Cristina, como siempre, tenías y seguirás teniendo la razón, pero hay de ridículos a ridículos; y pensándolo bien, prefiero el mío.

Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.