Los Tigres del Norte lo sintetizan en un verso. “Nos compraron sin dinero las aguas del Río Bravo. Y nos quitaron a Texas, Nuevo México, Arizona y Colorado. También voló California y Nevada, con Utah no se llenaron. El estado de Wyoming, también nos lo arrebataron”.
Claramente la historia es mucho más compleja que lo abreviado por el popular corrido, pero la realidad cruda y dura es que México perdió poco más de la mitad del territorio nacional. Pese a haber sucedido en el siglo antepasado, sigue siendo una herida sensible en la población mexicana.
Por esto es complicado aceptar que México perdió ante Estados Unidos, fue castigado severamente en la guerra por la formación de naciones-estado, y que lo arrebatado jamás lo podremos reclamar de una manera convencional que lo restituya. No obstante, la historia no llegó a su fin y el mundo se encuentra en una nueva definición que debemos aprovechar.
Usted bien sabrá que somos cerca de 130 millones de mexicanos, sin embargo, tendrá que actualizar ese número, somos al menos unos 40 millones más.
Por supuesto la referencia es a la diáspora mexicana en Estados Unidos, que se ha convertido en la última década en el mayor grupo minoritario, por encima de los afroamericanos, y cuyo peso para México ha cambiado radicalmente gracias a una reforma constitucional. De la mano de la senadora Sánchez Cordero se inició, y completó, una reforma al artículo 30 constitucional, aquél que menciona las condiciones para adquirir la nacionalidad mexicana.
A aquello de “por nacimiento y naturalización” se le quitaron los candados legales para las siguientes generaciones. Ahora, sin importar el lugar de nacimiento de los padres, la nacionalidad mexicana se hereda legalmente. Esto, principalmente, busca dar derechos y seguridad jurídica a amplios grupos que quedaban desprotegidos ante la posibilidad de ser apátridas. Aunque abre enormes espacios de debate e implementación.
Desde proteger y asegurar los derechos de representación política hasta su posibilidad de ocupar carteras públicas, algunas de las cuales se les encuentran legalmente prohibidas. Esto involucra temas como una verdadera figura de representantes populares transfronterizos, no la vacilada del diputado migrante que existe hoy, o la creación de diversas circunscripciones del otro lado del Río Bravo.
Las remesas son la cara más visible de los beneficios directos. Con una operación promedio de 373 dólares se movieron entre enero y febrero pasados casi 8 mil millones de dólares hacia los hogares más desprotegidos de este país. Pero existe mucho más que podemos hacer.
El precario equilibrio de la globalización parece haber alcanzado su límite tras la guerra en Ucrania y el prolongado periodo de paralización por el covid-19. Estos focos se suman a las alertas que hemos tenido como la crisis del Canal de Suez, la escasez de los semiconductores taiwaneses y los desabastos de cualquier tipo de bienes terminados y materias primas. Estados Unidos y Canadá han volteado vorazmente hacia territorio mexicano para relocalizar buena parte de las cadenas de suministro y producción, esperando condiciones propicias para ampliar sus inversiones.
México debe aprovechar este momento para sentar las bases de la marca “Hecho en Norteamérica”, es nuestra única manera de amarrarnos industrialmente a Estados Unidos y Canadá en estos turbulentos momentos de transición, y que nos necesitan desesperadamente. La absurda pelea por el porcentaje de contenido nacional en la producción es un disparo en el pie de los tres participantes; espere el desastre que se viene por la discusión en la producción automotriz que no podrá abreviar la secretaria de economía Clouthier.
Desde el interior del territorio de la mayor potencia global tenemos el mayor caballo de Troya demográfico, cultural y social de la historia de la humanidad, seremos tontos en no aprovecharlo. Hay que recordarle al gringo, que no cruzamos la frontera, la frontera nos cruzó.