Aunque la gran mayoría de mujeres tienen la capacidad natural de ser madres, de ninguna manera es su función. La capacidad de engendrar, horroroso verbo para tan extraordinario acto, tiene partes iguales de experiencia biológica, constructo social e institución política.
La sexualidad biológica y su capacidad reproductora han atrapado en el espacio doméstico y los roles del instinto maternal a la mujer desde tiempos inmemorables, emanciparse se ha probado complejo. Quienes han transgredido los roles de género como la maternidad o la “familia tradicional” suelen ser discriminadas y etiquetadas socialmente por buscar la autorrealización fuera de la gestación. Forzar la maternidad con el calzador del patriarcado.
El término patriarcado puede parecerle chocante, innecesario y hasta fuera de lugar, así como desfachatado que sea un hombre quien lo escriba, pero el mundo en el que vivimos está diseñado para hombres. Permítame ilustrar mi punto.
Fuera de la publicidad un automóvil pudiera parecerle bastante paritario detrás del volante, sin distinciones a hombres o mujeres. Sin embargo, le sorprenderá que una mujer tiene más de 70% de probabilidades de salir herida, o 17% de morir, en comparación a un hombre en un accidente automovilístico, ¿por qué?
La respuesta no va, por supuesto, en una menor capacidad de manejo –el propio INEGI indica que solo 2 de cada 10 choques son causados por mujeres– pero por el diseño de los autos, específicamente de los cinturones de seguridad. Estos dispositivos son diseñados en base a experimentos con maniquíes de prueba, aquellos que habrá visto en videos de choques de seguridad, el problema es que están modelados en altura, peso y forma para el cuerpo de un hombre promedio, medidas que solo comparten un 5% de las mujeres.
En un choque el cuerpo de una mujer tiene una dinámica completamente distinta a la de un hombre, esto por la construcción esqueletal femenina, que gracias a la forma del hueso de la pelvis tiene una interacción diferente con el cinturón de seguridad. Los pocos exámenes que utilizan un “maniquí de mujer” son solo una versión del hombre ligeramente menor, generando exactamente el mismo problema.
Estas diferencias de medidas se replican en lugares tan remotos como el espacio. La NASA tuvo que posponer por medio año la primera caminata espacial solo de mujeres al tener un único traje espacial de tamaño adecuado. Y se replica en el material médico, científico, quirúrgico e industrial, desde mascarillas hasta equipo de seguridad, todo está diseñado con un hombre promedio en mente.
El campo médico también se ve empañado con estos casos, como el medicamento para dormir Ambien, que tuvo que ser reformulado y rebajado un 50% al ser especialmente potente en mujeres, incrementando el riesgo de accidentes. Un caso particular es el del fármaco Addyi. Éste, indicado para aumentar la libido femenina, generaba un serio riesgo de desmayo al mezclarse con alcohol. El estudio para su desarrollo, una droga para mujeres, fue realizado con 23 hombres y solo 2 mujeres.
Tributariamente existen tasas ocultas, como el impuesto al valor agregado que se paga por toallas sanitarias, tampones o copas menstruales. Al menos en México, y desde la Miscelánea Fiscal de este año, todos los productos de la gestión menstrual han bajado de 16 a 0 por ciento de IVA.
No obstante, hay un juego de gravámenes llamados impuestos rosas, que se pagan por objetos hechos para el público femenino pero idénticos a sus contrapartes masculinas, solo de otro color, rosa. Los juguetes de niñas son un 7% más caros, mientras que la ropa infantil un 4%; un juego de LEGO de princesas es 30% más caro que su análogo masculino de mismas piezas.
No es fácil ser mujer, y los problemas de la mujer siempre han sido problemas de hombres, si de paso alguna además se tomó el problema de ser su madre, aproveche el día para agradecérselo.