Tras la pandemia regresó la celebración popular-cultural más importante del estado, las fiestas de Atlixco. El Atlixcayotontli, fiesta chica, el Huehue Atlixcáyotl, fiesta grande, y la Feria de Atlixco. Las festividades tienen una cúspide el último domingo de septiembre, cuando se celebra la fiesta mayor, este año en su 57ava edición.

El Huehue Atlixcáyotl, o simplemente Atlixcáyotl, busca concentrar y preservar las expresiones culturales de diversas regiones sociales poblanas.

En el Anáhuac la vida se daba alrededor del altépetl, un territorio ligado a una pequeña montaña, donde se realizaban rituales y ceremonias, como bendiciones de cosechas. En Atlixco esto lleva sucediendo desde hace casi un milenio en el Macuilxochitpec, o Cerro de San Miguel tras su consagración evangelista al homónimo arcángel.

Sin embargo, el formato actual apenas rebasa medio siglo y se remonta hasta una época de exotismo del indigenismo mexicano. En el ’65, Raymond Harvy “Cayuqui” Estage Noel, especialista en artes y arqueólogo estadounidense, presentaba la primera edición del festival. Este fue solicitado por el entonces delegado de turismo para entretener a unos turistas norteamericanos que visitaban Atlixco. Así, el evento tuvo desde su nacimiento una relación íntima con el turismo de la cultura popular.

Podría ver paralelismos con la Guelaguetza oaxaqueña, y es que sus historias están ligadas. Cayuqui estudió las expresiones artísticas indígenas con Enrique Audiffred, cuya familia tanto comercializaba arte popular como era dueña de terrenos en el Cerro del Fortín, donde se desarrolla la Guelaguetza; evento planteado como “un homenaje racial”.

No se forme una opinión equivocada de Cayuqui, quien sigue con nosotros rebasando los 90. Sin él muchas tradiciones se hubieran perdido o jamás hubieran rebasado sus barreras geográficas. Laureado como “Tesoro Humano Vivo Honorífico” por el gobierno estatal, es ejemplo de dignidad, como al rechazar una propuesta de homenaje por el congreso local para mejor destinar ese presupuesto a cultura.

El Atlixcáyotl puede volverse un enorme producto, rebasando la Guelaguetza con infraestructura, cultura, gastronomía –sin discusiones–, y propuesta turística. Como hipótesis de trabajo con el gobierno estatal llevando el evento al planeado complejo turístico y de conciertos de Cola de Lagarto, hacia Huaquechula, y dejando un museo de sitio en el Cerro de San Miguel.

Parecería cínico hablar de la consolidación mercantilista de culturas, especialmente unas que fuera de estas celebraciones son agraviadas por usar su idioma o indumentarias, pero la discusión sobre crear un turismo cultural a esta escala debe ser seria. Especialmente cuando una buena planeación puede crear desarrollo económico y humano para los pueblos y poblaciones que han preservado estas tradiciones que nos identifican.

Cayuqui declaraba que el Atlixcáyotl es religioso, político, cultural y en general una fiesta de identidad. Vaya y goce lo que es ser poblano, sin boletos cobrados, por ahora.