Yuri Gagarin y Valentina Tereshkova. El primer nombre es una referencia histórica, se le conoce como la primera persona en viajar al espacio. O el primer hombre para el caso. El segundo nombre –ya se lo imaginará– corresponde a la primera mujer en viajar al espacio, referencia que se pierde en la historia y permanece vigente solo en círculos especializados.
Esto mismo lo nota en ejemplos más mexas. El celebérrimo astronauta Rodolfo Neri Vela, siendo el primer mexicano en el espacio, tiene su nombre en letras de oro en la historia nacional. Mientras, Katya Echazarreta –primera mexicana en viajar al espacio suborbital– es un nombre que poco le sonará. Y eso que sucedió este año, 37 años después de su contraparte masculina.
El espacio sideral es un lugar agresivo. No estamos diseñados para él, hombres y mujeres. En general las mujeres padecen mayores malestares al salir de órbita, los hombres al entrar. Los hombres sufren mayormente en visión y oído, mientras, las mujeres en la presión sanguínea.
Podrá preguntarse sobre los periodos menstruales. Gracias a una genérica pastilla anticonceptiva se pausa este básico proceso natural. No enviando 200 tampones al espacio por semana, que fue la primera solución dada por un grupo de ingenieros claramente dominado por hombres bastante desubicados.
A pesar de las múltiples aportaciones de las mujeres a la carrera espacial, los nombres-homenaje también se centran en hombres, como el novísimo telescopio espacial James Webb, nombrado así por el segundo administrador de la NASA.
Esto, no obstante, está cerca –2025– de cambiar gracias al lanzamiento del telescopio espacial Nancy Grace, quien fuera una de las primeras ejecutivas en la NASA y desarrolladora del telescopio Hubble (otro importante telescopio espacial… nombrado en honor a otro masculino).
El proyecto Nancy Grace, además tres mil millones dólares de presupuesto, cuenta con una aportación intelectual de primerísimo nivel: Margaret Zoila Domínguez Rodríguez.
La licenciada en física por la UDLAP es orgullosamente poblana, originaria de Tecamachalco, donde vivió hasta la mayoría de edad. Vida y circunstancias la llevaron a realizar maestría y doctorado en óptica en Arizona, especializaciones que la condujeron hasta la NASA, institución donde labora desde hace trece años.
La talentosísima científica, que apenas rebasa los 30 años, ha tenido que ir en contra de prejuicios de edad, raza y género, lo que hace aún más meritorio el reconocimiento dado por el Congreso estatal por sus aportaciones en ciencia y tecnología, esto en su visita la semana pasada.
Estos casos de éxito deben recordarnos como éste –el éxito– está precondicionado; la cultura del “échale ganas, ve cómo ella sí pudo” invisibiliza problemas estructurales. En México tan sólo 12% de los ingenieros son mujeres. Esto no le quita ni una pizca de genialidad a quien busca responder qué es la materia obscura y es, además, aficionada a las cemitas poblanas. Modelos a seguir e inspiración para todos.