Profundos engaños. Eso es lo que nos traen los "deepfakes", un término que parece surgido de una película de ciencia ficción pero que es una realidad en la era de la información digital. Los deepfakes, que podríamos traducir de manera libre como "engaños profundos", son la última frontera de la manipulación mediática y un arma temible en el arsenal de la desinformación en las campañas políticas modernas.
Se trata de una amalgama tecnológica que utiliza modelos de la vida real e inteligencia artificial para generar materiales audiovisuales falsos, tan convincentes que pueden engañar hasta al más avezado ojo humano.
En el caso de audio se crea el perfil sonoro de la persona, apropiándose prácticamente de la identidad auditiva de la ella, haciéndole decir lo que uno quiera con el tono que uno desea. En las imágenes, nos encontramos con la sobreposición de caras, donde el rostro de una persona es hábilmente superpuesto en el cuerpo de otra, creando una ilusión asombrosa de autenticidad. En cuanto a videos, los deepfakes pueden ser aún más insidiosos, ya que no solo superponen rostros, sino que pueden alterar los gestos faciales, la voz y hasta la postura corporal de una persona, creando una representación tan convincente que es difícil distinguir la realidad de la ficción.
Realizar estos trucos de magia modernos no son complicados, inalcanzables o técnicamente un reto. Es más, son tan fáciles que funcionan como bromas o memes.
Uno puede ver a López Obrador cantando algo de Valentín Elizalde, o al Gallo de Oro cantar una de Bad Bunny. Videos donde actrices femeninas son sustituidas con la cruda masculinidad de Sylvester Stallone o Schwarzenegger.
Si bien, en un primer vistazo, esto podría parecer una simple broma tecnológica, la verdad es que los deepfakes son una herramienta peligrosa en el arsenal de la desinformación y la manipulación política.
Imaginen el escándalo: Alejandro Armenta aparece en un video pateando a un indefenso perrito, Olivia Salomón robándole el cambio a unos abuelitos, o Lalo Rivera llevando a cabo actos privados que harían sonrojar a cualquiera.
El impacto de tales videos en una campaña política podría ser devastador, ya que desencadenaría la ira pública, desconfianza en las instituciones y una cascada de llamados a la renuncia. O quizá nada de eso. Los mexicanos solemos ser impávidos ante la vergüenza pública de que nos cachen haciendo mal las cosas.
La cuestión es que, en la era de la información instantánea y la viralización, la línea entre la verdad y la ficción se vuelve cada vez más tenue. Los deepfakes se aprovechan de esta vulnerabilidad y socavan la confianza en el discurso político. Ya no basta con cuestionar la veracidad de lo que se ve en pantalla, sino que debemos sopesar la autenticidad de cada gesto, cada palabra pronunciada. Han llegado para quedarse, y su impacto en las campañas políticas será innegable. Solo es cuestión de ver quién caerá primero, o peor aún, quien de verdad caerá con las manos en la masa y aplicará aquella de que sí es mi voz pero no es mi voz.