Para ciertos grupos en Puebla “el 030” significa todo. Estamos hablando del distrito de riego que emana del Embalse Manuel Ávila Camacho, nombre oficial de lo que todos conocemos como la Presa de Valsequillo.
La gestación de esta imponente obra hidráulica se inició en el lejano 1941, cuando la Comisión Nacional de Irrigación decidió dar vida a esta titánica empresa. Cinco años después la presa vio la luz, convirtiéndose en un faro de esperanza para más de 33 mil hectáreas de tierras sedientas.
Esta presa, la más grande en el estado de Puebla, es un espejo de aguas serenas que refleja los cambios y desafíos a lo largo de los años. Ha sido fuente de sustento para miles de agricultores, pero también ha vivido momentos de incertidumbre, como cuando sus niveles de agua se vieron amenazados por la sequía y la sobreexplotación. No obstante, se nos aproxima un nuevo reto, el fin de la vida útil de Valsequillo.
Su diseño inicial fue ambicioso y de dimensiones de las de aquellas. El espejo de agua se diseñó para 200 hectáreas, que en los equivalentes populares es igual a 34 Zócalos capitalinos o 1/3 del Bosque de Chapultepec.
Aunque lo verdaderamente impresionante es hacia abajo. El embalse se diseñó para 410 millones de metros cúbicos, que es suficiente volumen para construir una montaña de 41 metros de un kilómetro cuadrado de base. Suficiente agua para las necesidades anuales de 300 mil personas y un tantito más.
Se requirieron veinticinco años para perder cien millones de capacidad. Los siguientes cien tardaron veinte. El paso acelerado nos llevó en estas fechas a tener menos del 75% de lo inicial.
¿Y qué ha reemplazado ese masivo volumen para no poder almacenar más agua? Lodos. Lodos tóxicos. Lodos tóxicos repletos de metales pesados letales para la vida.
Poco a poco Valsequillo se ha convertido en la fosa séptica de Puebla y Tlaxcala, arrastrando la porquería de los ríos Zahuapan, San Francisco, Atoyac y Alseseca. Los dos últimos depositando más de 100 toneladas diarias de contaminantes.
Hoy en día la vida está ausente en la totalidad del embalse. O casi toda, los lirios dominan más de la mitad de la superficie, agotando el oxígeno del agua y bloqueando el sol, matando al resto de la vida acuática.
Hace cuarenta años Valsequillo era un centro recreativo, con pesca, lanchas y esquí acuático, ¿cómo se verá en cuarenta años? Las opciones son reducidas. Se puede buscar ampliar la vida útil unas cuantas décadas más o se puede cerrar, cada opción con sus pros y contras. No se puede no hacer nada, las erráticas lluvias ante un embalse reducido en volumen son una amenaza latente de inundación de Puebla y Tehuacán.
Si se cierra comenzará el complicadísimo trabajo de encontrar 200 hectáreas con capacidades para almacenar agua. Puebla no puede darse el lujo de quedarse sin este reservorio. Si se busca sanear será un esfuerzo titánico, que involucra tanto decisiones técnicas como sociales.
En ambos casos, sea en quince o cuarenta años nos veremos con la necesidad de mirar cara a cara a los fangos de Valsequillo. Tóxicas arcillas que han acumulado por años la indiferencia medioambiental de la sociedad y algún día hemos de confrontar, cómo hemos de confrontar nuestra responsabilidad de desmadrar el medio ambiente.