La campana sonó, pero el combate solo duró 46 segundos. En una esquina, Khelif, boxeadora argelina. En la otra, con la nariz rota, Carini, contrincante italiana que temía lo que enfrentaba: una rival con niveles de testosterona anormales. ¿Anormales para? Para los estándares anclados en cuadradas definiciones de lo que significa ser hombre o mujer.
Durante siglos, el deporte ha sido el terreno donde las diferencias biológicas se han explotado para una narrativa de competición justa: hombres contra hombres, mujeres contra mujeres. Pero la realidad se empeña en demostrar que las cosas no son tan sencillas. El caso de la argelina, que presenta una condición genética llamada hiperandrogenismo, nos obliga a cuestionar los fundamentos de cómo entendemos la competencia. La testosterona, una sola hormona, ¿puede definir entre hombres y mujeres?
En una naturaleza humana que adora la simplicidad del blanco y negro, del hombre y la mujer, reconocer que existe un espectro más amplio es incómodo. Hemos sido educados para entender el sexo como algo binario, cuando en realidad es una amalgama de factores.
No estamos siendo progresistas o rebeldes, es que existe el sexo biológico… y el cromosómico, y el hormonal, y el gonadal… lo que no existe es el hombre y la mujer.
Cada persona es un mosaico de características que no siempre encajan en las categorías tradicionales. Sin embargo, seguimos aferrados a etiquetas que nos hacen sentir seguros, aunque no reflejen la complejidad del mundo real. Con meticulosa objetividad, la ciencia ha dejado claro que nuestras nociones tradicionales están obsoletas, pero el temor nos mantiene encadenados a ellas.
Pero si creemos que la controversia en torno a Khelif es el desafío más grande que enfrentará el deporte, el verdadero reto está por llegar y tiene nombre: dopaje genético.
Mejorar tu capacidad de respirar, oxigenar tus músculos, fortalecer tus pulmones, regenerar tu energía más rápido, aumentar la concentración… Si alrededor de 10% de los atletas ya han recurrido al dopaje tradicional, ¿qué les impedirá explorar la nueva frontera del biohacking?
El Comité Olímpico Internacional y la Agencia Mundial Antidopaje lo saben, y han empezado a considerar medidas para prevenirlo. Como la creación de un «pasaporte biológico», un registro genético que cada atleta debería entregar antes de competir, para asegurar que no haya mejoras artificiales.
El concepto es sencillo: si secuenciamos el genoma de un atleta y establecemos una línea base, podremos detectar cualquier alteración que indique dopaje genético. La pregunta, no es solo si podemos hacer esto, sino si debemos hacerlo. ¿Es justo que un atleta sea penalizado por haber nacido con una ventaja genética? ¿Y si se la implantó después con herramientas como crispr o la nueva recombinación puente?
¿No es el deporte, al fin y al cabo, una celebración de las capacidades físicas del cuerpo humano, en toda su diversidad? La respuesta no es sencilla, y mientras seguimos debatiendo, el reloj avanza hacia las próximas Olimpiadas, donde estos dilemas ya no serán teorías, sino realidades; y para como pintan las cosas, lo que suena a la única manera de regresar de Los Ángeles con oros para México.