“Felicidades por tu día”, me dijo mamá con el jugo de naranja en la mano, mientras me sentaba en la barra de la cocina para desayunar.   
No tenía idea de la razón por la cual me felicitaba. Supongo que mi cara fue tan evidente que de inmediato, con una orgullosa sonrisa, me dijo: “Vi en la televisión que hoy es día del periodista.”
No puede evitar atacarme de la risa ante su ingenuidad pues es una mujer que sigue pensando que todo lo que ve y escucha en los medios de comunicación es tan cierto como que tiene casi 70 años y nunca ha hecho otra cosa que dedicar su vida entera a la familia.  
No tenía noción de que era 7 de junio —bueno, reconozco que a veces no tengo noción de muchas cosas—. El asunto es que empecé a leer una innumerable cantidad  de textos en Twitter y Facebook, sobre la “conmemoración” del Día de la Libertad de Expresión.
La eterna disputa entre si debe celebrarse o ejercerse fue el tema de la mañana. Mientras leía se llevaba a cabo el desayuno del gobernador Rafael Moreno Valle con los representantes de los medios de comunicación, al que por cierto asistieron desde dueños, directivos, reporteros de la fuente y por supuesto uno que otro colado. No olvidemos que  la expectativa del “convivio” era mucho más grande, pues representaba el primer acercamiento del mandatario con los periodistas.
Es obvio que todos tenemos nuestra forma de ver las cosas, de manera particular y como parte de un medio el cual depende de la “relación” política y personal que exista con el gobierno en turno.
A diferencia de años anteriores, hoy las redes sociales nos permitieron emitir un mensaje más cercano a nuestros verdaderos pensamientos. Pensamientos obviamente que pueden o no coincidir con la los intereses  o las necesidades de la empresa en la que trabajamos, y aunque es divertido y satisfactorio contar con espacios dónde nadie nos censure (redes sociales) la realidad es que nunca se vivirá una verdadera libertad de expresión (por lo menos no en todos los temas y no siempre).
Me explico:
Es parte de la naturaleza humana victimizarnos ante situaciones de cualquier índole, llámese profesional, personal, emocional, familiar. Para el hombre (y conste que no hablo de género) es mucho más sencillo sufrir que resolver. Es real. Pasa todo el tiempo, es más fácil.
Durante décadas hemos responsabilizado a los gobiernos por la ausencia  de la libertad de expresión, por la “línea”, la censura e incluso la autocensura. Y la parte de responsabilidad que tenemos quienes ejercemos el oficio en cualquiera de sus ramas? ¿Defendemos nuestras creencias periodísticas, independientemente de cuáles sean? ¿Asumimos las consecuencias de lo que decimos?
No defiendo a los gobiernos, pero tampoco podemos cegarnos y no ver que gran parte de lo que nos impide sentir una verdadera libertad de expresión, somos nosotros mismos.  
Para los reporteros lo ideal sería que el trabajo editorial no dependiera de las negociaciones entre propietarios de medios y gobiernos en turno. Siempre he pensado que él o ella son los verdaderos ojos y oídos de la información, pero en muchos casos la boca y las manos las tiene otro.
Supongo (y digo supongo pues aún no soy dueña de un canal de televisión, de un periódico o una radiodifusora) que los propietarios desearían que los ingresos por concepto de publicidad comercial fueran tan altos como los que se reciben por convenios y entonces no tener la “necesidad” de intervenir en el tema editorial y seguramente para los gobernantes sería un cuento de hadas dejar de gastar cantidades millonarias a cambio de primeras planas con notas positivas y la fotografía en la que más “guapo” sale.
Pero la realidad no es así.
Casi siempre los intereses superan cualquier idealismo informativo, no sólo en Puebla, en todas partes. Y todos hemos sido cómplices.
Ni hablar.