Parece otro.
O yo lo vi distinto.
Entró al salón del Club de Empresarios, e imperó el silencio.
Los rostros de algunos de los presentes detonaban miedo de ser descubiertos.
No hubo aplausos.
Saludó uno a uno de los asistentes. Con algunos escuchaba palabras que se llevará a la tumba.
Llegó hasta mi lugar. Apretó fuerte mi mano y con una sonrisa ensayada besó respetuosamente mi mejilla.
Lo imaginaba más bajito.
Definitivamente es distinto ver a Andrés Manuel López Obrador en un mitin transmitido por televisión, que así tan cerquita.
Sereno, mesurado, como si quisiera pasar inadvertido. Se sentó en la cabecera de una mesa tipo herradura. Alguien leyó datos de su carrera dónde incluyeron su vida como miembro del Revolucionario Institucional.
Tomó el micrófono. Advirtió que sería concreto. Imposible, pensé, su estructura no se lo permite.
Inició la ronda de preguntas y respuestas.
El déficit fiscal, el combate a la delincuencia, las inversiones extranjeras, los monopolios, la reforma laboral, Felipe Calderón, Hugo Chávez, de quien por cierto aclaró no conocerlo ni en persona, ni por teléfono.
Los empresarios lo observaban con la certeza de que perdería el control en algún momento. No sucedió.
Se sentía cómodo, era evidente.
El menú consistió de tostas de pan tomate con jamón serrano, salmón en salsa de mantequilla negra, y de postre merengón en salsa de zarzamora y crema batida.
A diferencia de 2006, hoy no habló de enemigos, sino de adversarios. No habló de venganzas sino de justicia. No habló de un México pobre, sino de un país con recursos mal distribuidos.
“Quien no conoce de dónde viene, difícilmente sabrá a dónde va”, dice como si recordara algo del pasado.
Debo reconocerlo, mi concepto sobre él simplemente cambió.
Y aunque sigo sin creerle, no es su culpa, es sólo que creo que todos son iguales, aunque también pienso que siempre hay peores.
Animal Politico