La columna anterior dedicada al picador de toros Ignacio Meléndez me provocó numerosos comentarios y cuestionamientos, entre los más molestingosos: “¿Qué por qué tanto elogio a don Nacho?” Y en defensa de ello argumenté, entre otras cosas, su profundo y amplio conocimiento sobre la lidia de reses bravas y ya metidos en el tema, surgió la pregunta: ¿Quién, quiénes, de verdad son las personas que saben más de toros, incluyendo, cronistas y comentaristas? Me vino entonces a la mente aquello que solía decir el matador de toros estadounidense John Fulton: “En una plaza de toros, llena, incluyendo aquellos que están vestidos de luces, sobran los dedos de una mano para contar a los que saben de toros”. Esa, esa, es una gran verdad. Me puse a pensar la respuesta sobre, ¿de verdad, quién sabe más de toros? Y tratando de hacer una lista que incluye a diversos protagonistas de la fiesta, aunque bien sé de entrada que esto va a molestar a más de uno. Pongo en primer lugar a los caporales, en el campo bravo hispano se les llama “mayorales” y hasta cuentan con una escuela que ofrece cursos para profesionalizarles, pongo luego a los ganaderos, y con todo respeto me permito dar un lugar especial a las esposas de algunos de ellos que muchas veces son también las madres de los nuevos ganaderos y que “habitan” o van con frecuencia a las casas hacendarias. Pongo después, y por arriba de los matadores, a los subalternos tanto de a pie como los de “a upa”. En el caso de los matadores, escapan al orden de este listado y hasta pueden pasar al primer lugar algunos de ellos; y como bien decía Fulton: “sobran los dedos de una mano para contarlos”, entre ellos Juan Belmonte, que en sus últimos años se volvió muy sentencioso, Rafael “El Gallo”, su hermano, Joselito, sin duda, el hombre que ha vivido en el planeta de los toros y que más ha sabido de toros y a él, “lo mató un toro en Talavera de Reyna”. Pongo después a los apoderados y empresarios siendo importante aseverar que para cualquiera de estas actividades: torero, subalterno, ganadero, apoderado, o empresario, se requiere antes que cualquier otra cosa, una muy grande y tremenda afición. Dejo al último a los comentaristas, sobre todo a los improvisados, que de eso están llenos hoy los callejones, pues para ser comentarista taurino lo único que se requiere es tener afición… al dinero y a los viajes, ya que actualmente no es necesario tener presencia, ni buena voz y ni siquiera conocimientos (véase Unicable, cualquier transmisión de corrida, comentarios de callejón).
Ampliando estos conceptos, de los caporales, me refiero a aquellos que están presentes en los potreros en el momento mismo del parto y son testigos presenciales desde que el becerro se pone en píe, aún tambaleándose, y ya es capaz de embestir a cuanto se le ponga enfrente y que no sea su madre; son participes de todas las maniobras del campo incluyendo el llevar el alimento y agua a los comederos y abrevaderos, mover las camadas de un potrero a otro, participan en los empadres, están pendientes de los herraderos y de la tientas e incluso viajan con el torton que transporta a los toros a la plaza o viajan y acuden a los festejos por su propia cuenta. He visto a más de uno en los accesos de una plaza asistiendo a los tendidos para ver cómo se comportan los toros de una ganadería vecina o de dehesas colindantes. En cuanto a los decires de los subalternos, estoy convencido que escucharles después de las corridas, en las cenas o asaderos de “después de”, es decir, “a toro pasado”, donde surgen comentarios, reclamos y las “enhorabuenas” por lo hecho ante el comportamiento de tal toro. Las largas horas esperando que salga la “desencuadernada” para dar inicio al “conquián”, o que llegue la hora de partir a la siguiente plaza, es en esos momentos cuando junto con el compartir el pan y la sal, las cemitas, en el caso de Puebla, cuando verdaderamente salen a flote y se transmiten los conocimientos que la experiencia deja y que sólo en la confianza de la intimidad se comentan. Es ahí donde verdaderamente se bebe, se aprende y comentando, se digiere el conocimiento taurino.
Puyazos con la punta de la pluma