La categoría, aquello que se perdió hace mucho y no han sabido recuperar nuestros toreros. Cuando ese elemento esencial regrese, volverán también los llenos a los tendidos de las plazas. Siempre viene a la mente el multicitado ejemplo de los años cincuenta en que las dos plazas capitalinas, La México y El Toreo de Cuatro Caminos, se llenaban a reventar la misma tarde de domingo con carteles a veces conformados por los novilleros punteros, los llamados “Tres Mosqueteros”: Rafael Rodríguez, Jesús Córdoba, Antonio Velásquez, y un cuarto, D' Artagnan, Manuel Capetillo. Y la capital tenía entonces escasos 2 millones de habitantes.
Con motivo de la primera visita a México del Monstruo de Córdoba, Manuel Rodríguez "Manolete", los tumultos que se vieron en torno a su presencia asombraron a todo el mundo, se colocaban gradas y tribunas a las afueras de los hoteles donde se hospedaba el legendario torero, los tumultos eran solamente para verle salir o entrar al hotel, estaciones de radio o lugares que visitaba. Paco Malgesto sentenció entonces: "Esto no volverá a verse en México hasta que un papa nos visite". Y tal cosa ocurrió, al venir por vez primera un papa, Juan Pablo II, treinta y dos años después. La expectación que “Manolete” causó en su llegada a México no tenía similar hasta la visita de un pontífice romano.
El 5 de febrero de 1996, con motivo del XLIX aniversario de la Plaza México, a las 4 en punto de la tarde partió plaza en solitario, previo al paseíllo formal, Luis Procuna, único sobreviene, entonces del cartel inaugural de la monumental. ¡Qué espectáculo verle partir plaza! Todo de blanco vestido iba; incluso sombrero calañez, corbata y botines albos! ¡Qué señorío! Qué derroche de personalidad, pese a la edad que en el momento tenía. El destino no quiso que el "Berrendito de San Juan" llegará al 50 de la plaza, pero eso, eso era categoría, lo que él y los toreros de antaño tenían. Toreros de cuerpo entero y de tiempo completo. Verlos cruzar una calle —el tráfico se detenía— era como verlos partir plaza.
Todo eso, la categoría se ha perdido. Empresarios, apoderados, toreros y subalternos se quejan de las paupérrimas entradas en los tendidos, pero en los patios de cuadrillas, en las afueras de las plazas, en el campo durante las labores de tientas, no son capaces, nadie es capaz de mirarse y darse cuenta de la enorme escasez de personalidad, la falta absoluta de eso que se perdió hace mucho tiempo: la categoría. Ya se ha dicho muchas veces y lo hemos escrito otras tantas, que en el campo bravo, en tentaderos hemos mirado, sin poder creerlo a matantes "vistiendo" maltratados, desajustados, muy holgados y horrendos pants; siendo tan hermosa y bella la ropa campirana. Sólo cuando se pierde la categoría y por tanto la dignidad, se pueden sustituir los botos camperos por unos horripilantes tenis; y en un acto insultante, verdadera mentada de madre a uno de los símbolos más representativos de la profesión de matador de toros, sustituir la noble y soberbia y casi histórica gorra de twid, gorra de maletilla… por una cachucha beisbolera y para más grosería con la visera "pa' tras".
Como muestra, y mueve, una fotografía tomada en la última Asamblea de la Asociación de Matantes. Al centro, su dirigente, Antonio Urrutia, y Paco Doddoli medio se salvan, aunque al matador Urrutia sin encontrársele la combinación de colores. Predominan los pantalones de mezclilla, pero con playera tipo polo o inadecuadas camisas que empeoran las deterioradas y descuidas figuras de los matantes, que lucen algunos, en competencia en concurso de vientres. Al centro, "El Pana", con unos horrendos pants y tenis, con desubicado paliacate alrededor del cuello. Evidencia gráfica de que la categoría se ha perdido.
En la otra foto, personalidad a raudales emana de la figura de José Antonio Morante de la Puebla y el chaval, perfecta, correctamente vestido de monosabio con faja, corbata y kepi. Agrada ver las figuras y expresiones de los dos y me retuerzo de vergüenza de la vestimenta de los monosabios de la plaza de la otra Puebla, la de por estos rumbos, en la que monosabios se confunden en vestimenta con los albañiles de la obras que por ahí se realizan a diferencia de sus camisetas-playeras con publicidad de algún centro botanero. Líbrenos mi Dios de estos desaires a la fiesta que perdiendo la categoría, pierde todo.