Memorias de Carnaval
 
 
Durante 14 años fue mi responsabilidad la dirección del Hospital General de Huejotzingo y, en total, durante 17 años me desempeñe como médico cirujano adscrito a esa unidad de salud… lo que no vi y viví durante igual número de carnavales. 
Se dice: “Carnaval en el que no hay muertitos, pues no estuvo bueno”. En el de este 2014, para el día domingo, día “de entrada de carnaval” ya iban dos difuntitos; por cierto que, anteriormente, el domingo, únicamente era la entrada de la festividad, como dicho queda, pero recientemente, desde el domingo, es ya un día más de carnaval. En los días magnos antes de formarse todos los ejércitos carnavalescos, que se integran en todos los barrios, acostumbran previo al variopinto desfile acudir al panteón a rendir culto, homenaje a los carnavaleros caídos en batalla los años anteriores y ahí, sobre las lápidas de las tumbas, se depositan las coronas… de flores y las de barril, para brindar por el buen goce de los compas muertos. 
Sin duda, el carnaval con mayor número de muertos, no recuerdo el año, pero fueron 11 los difuntitos. Estábamos en el receso que se hace después de la jornada mañanera del desfile, persecución de quien se ha llevado a la hija del corregidor y previo a la llamada “quema del jacal”, donde se supone que el forajido se esconde con su amada. Estábamos —decía— en el medio tiempo de la guerra cuando traen al hospital en camilla a un sujeto seriamente herido, no lucía traje o vestimenta alguna de las del guión de las diversas representaciones del carnaval, y tras de él traen otro, también en camilla seguido de unos más, todos sangrando y con lesiones serias; cuando uno de los organizadores del acto acude y con voz de angustia pregunta: “Doctores, ¿dónde podemos conseguir una grúa o una pluma para mover carga pesada?”.
“¿Para qué la quieren?”, preguntamos. 
Y la dramática respuesta: “Es que se cayó un árbol en la plaza del centro y ahí muchos muertos y aplastados debajo de las ramas”. Uno de esos centenarios ahuehuetes se desgajó por efecto de lo que llaman “camarazos”, explosiones masivas de pólvora; se partió en dos cayendo sobre decenas de comensales que disfrutaban su refrigerio a la sombra del vetusto árbol. Los lesionados pasaron de medio centenar debiéndose trasladar muchos de ellos a hospitales de Puebla. Los fallecidos: once.
Ya al caer la tarde, cuando inicia la obscuridad y el viento aumenta, se incrementan los accidentes, pues sabido es que el viento favorece las explosiones de pólvora, cuando es traído al hospital con una lesión por proyectil, probablemente piedras disparadas desde el cañón de una escopeta, que afortunadamente dieron en el sombrero iturbideresco con forro azul y vistoso plumaje del comandante general, máxima autoridad del carnaval, quien con el golpe del proyectil fue derribado de su montura. 
El maestro Héctor Azar y muchos otros dramaturgos mucho han escrito sobre el carácter altamente histriónico de los argumentos de las representaciones y de la intensidad con la que los actuantes viven sus papeles, por lo que al ser ingresado al hospital el médico interno encargado de recabar sus datos le pregunta, después de nombre, edad, y, por supuesto: “¿Ocupación?”. A lo que él responde: “Comandante general en jefe de los ejércitos carnavalescos”. Y a la interrogación de la o las personas que le acompañan para su atención, recabar informes y demás, al preguntarle: “¿Quién le acompaña?”. Seriamente, y en total posesión de su papel y viviendo de lleno su actuación, responde: “¡Mi estado mayor!”
Afirmábamos arriba de la fuerte carga histriónica que la representación de los argumentos del carnaval contiene y que son su soporte con años de tradición; todos los actuantes y participantes viven intensamente sus papeles, de sobra saben que su rol se desarrolla durante una guerra, las batallas que Julio Glockner acertadamente llamó “Guerra al pie de los volcanes”. 
Sus personajes se apoderan tan fuertemente de sus mentes, que, sabiendo que están sumergidos en una guerra, muchas veces al sentirse heridos por algún proyectil, aunque la lesión no llegue a ser tan grave o mortal, ellos viven en tal forma su actuación que sienten morirse, y el que esto escribe vio muchas veces al herido ingresar al hospital con una lesión de posta en el pecho que puede ser no tan importante, pero viven su guerra de tal forma que el choque traumático, que sí puede ser serio, y la emoción del ambiente les gana, y al sentirse heridos dicen: “¡Me muero… me muero!”. Y, así viviendo su muerte, muchas veces… ¡les vimos morir”.