José María Manzanares ya está en el patio de cuadrillas del cielo de los toreros. Sus restos fueron recibidos primero y despedidos de la capilla instalada en plaza de toros de Alicante, entre gritos de ¡Torero… Torero!
Inmensurables muestras y expresiones de pena y tristeza emanadas de gente del mundo del toro, compañeros, alternantes; toreros más que otros, pues si bien fue llamado “Torero para toreros”, alguien certeramente corrigió: “Figura para toreros”.
Intolerancia Diario y esta columna rinden homenaje sentido y sincero en reconocimiento a un hombre verdaderamente grande en su profesión, la cual llegó a ejercer en grado de maestro y padre ejemplar, muestra de ello son la fotografías que ilustran esta nota luctuosa.
Prueba evidente de la admiración y aprecio que su paso por distintas plazas del mundo y el ruedo de la vida lo es que su féretro es llevado, como muchas veces lo hicieran en sus grandes tardes de época, como figura que fue, es llevado a hombros por otras tantas figuras. A la izquierda, Juan José Padilla; a la derecha, hace cabeza de la fila Enrique Ponce, seguido de Julián López “el Juli”, Pablo Hermoso de Mendoza y Juan Antonio Ruiz “Espartaco”, cuyos rostros muestran tristeza y pena.
Otra vista de la vuelta al ruedo, féretro a hombros, cubierto por un capote de paseo en el albero de la plaza alicantina que le vio debutar de luces, hacerse novillero y tomar la alternativa. La entrada fue como era de esperarse: lleno en los tendidos para darle el último adiós. Atrás, José Mari, llevando del brazo a su madre, que encabeza el cortejo.
Maestro que inició sus labores de enseñanza en casa, aquí, desde un burladero de callejón, dicta sabios consejos a su hijo, el también matador José Mari Manzanares. Ambos parecen dirigir seriamente la mirada a la verdad que espera en el ruedo.
Padre e hijo, vistiendo elegantemente ternos de luces; él, azul pavorreal y oro, y José Mari, de azul negro y oro; ya con el capote de paseo liado, un cariñoso pellizco en la mejilla lo dice todo y es icono de lo que ambos han sido dignos portadores:”pellizco” y señorío de grandes toreros.
Momento de profunda emoción: el hijo desprende al padre el añadido, coleta o borla de matador de toros en su despedida de los ruedos. El escenario: la plaza de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla.
Lágrimas de profunda emoción brotan de los ojos de ambos y ruedan por sus rostros.
Misma tarde: Un muy chaval Enrique Ponce lleva aupado al maestro; José Miguel Arrollo “Joselito”, emocionado, aplaude ante un
entusiasta Manuel Jesús Díaz “El Cid”, mientras en los tendidos el público, puesto de pie, bate cariñosas palmas. Tardes de gloria de un torero que ya goza de una bien ganada gloria de Dios. ¡Que en su paz descanse!